La vida espiritual es un camino largo en el que se habitualmente se avanza, aunque también hay etapas de parón e incluso etapas de retroceso. Y en las etapas de avance, lo cierto es que no solemos ir tampoco a velocidad de crucero, porque solemos encontrarnos con algunos frenos que nos cuesta sortear.

En algunas ocasiones son las personas que más nos quieren las que nos desaniman de dar un paso al frente en la vida espiritual y obrar en consecuencia. Nos aconsejan, por supuesto, desde el cariño y respondiendo a lo que creen que es mejor para nosotros, pero nos aconsejan también desde una posición que muchas veces no termina de entender demasiado bien la lógica del Cielo. Y nosotros, tratando de conciliar y de evitar el enfrentamiento, podemos dejar que pasen las semanas, los meses e incluso los años, discerniendo. Y, refugiándonos en mil y una excusas, continuamos escogiendo quedar bien ante los ojos de los hombres en lugar de hacerlo ante los ojos de Dios

En otras ocasiones es nuestro miedo el que nos frena el avance: miedo al qué dirán, miedo a ser diferentes, miedo a no ser capaces o miedo al fracaso. Y, envolviéndonos en la bandera de la prudencia, nos rendimos, cobardes, y elegimos no dar un paso al frente.

Nuestras tradiciones y ese famoso «siempre se ha hecho así» es un freno habitual entre muchos de nosotros, que no nos atrevemos a romper con las costumbres que se supone que debemos adoptar como propias.

Otros estamos tan envueltos en los espejismos del mundo, que se nos hace imposible renunciar a ellos. Como le pasó a aquel joven de buen corazón al que Jesús llamó para que fuera uno de sus íntimos, y no lo siguió porque no fue capaz de renunciar a sus riquezas. Escogemos así quedarnos a ras de suelo, buscando una seguridad y una felicidad mal entendidas en lugar de volar libres, viviendo según las reglas del Cielo. Porque tampoco nos terminamos de creernos que solamente viviendo una vida desde el compromiso seremos de verdad felices.

Nuestra falta de visión estratégica es otro freno habitual entre nosotros. Una falta de visión estratégica que nos hace ir por la vida con las luces cortas en lugar de con las luces largas, y nos lleva a vivir pensando en el hoy y en el ahora en lugar de en el futuro. ¿Cómo es posible que no tengamos mucho más presente que la otra vida, durará nada más y nada menos que toda la eternidad y que esta vida es casi anecdótica a su lado? Es un error vivir mirando solamente el hoy y el ahora, porque lo que hagamos en ese hoy y ese ahora condicionará -y de qué manera- lo que viviremos después, ya para siempre.

Sin duda nuestro freno más común es la falta de Fe. Falta de Fe en ese Dios que es, sobre todo, Padre, que nos quiere más de lo que podamos ni imaginar y que todo lo puede. Falta de Fe en que, cuando hayamos puesto nuestros cinco panes y dos peces, Dios pondrá lo que a nosotros nos falta.

Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.

Marcos 10, 17 – 22

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.