
Muchos de quienes queremos ser cristianos nos esforzamos para tratar convivir con las reglas que regulan el comportamiento de nuestra sociedad a la vez que tratamos de movernos con las reglas del juego del Cielo. Y una y otra vez nos encontramos con que tenemos que elegir si quedar bien a los ojos de los hombres o quedar bien a los ojos de Dios. Porque mientras el mundo nos invita a vivir de manera egoísta, el Cielo nos invita a dar. No simplemente a dar, no. Nos invita a darlo todo.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Mateo 14, 13 – 21
Explica este conocidísimo pasaje del Evangelio cómo Jesús sintió compasión de la gente, porque andaban siguiéndole como ovejas sin pastor. Y curó a los que lo necesitaban. Y a todos les predicó su mensaje.
La multitud necesitaba comer y Jesús bien podía haber hecho el milagro de darles de comer sin más. Pero lo cierto es que no quiso hacerlo así: preguntó a sus discípulos qué tenían ellos y les invitó a dárselo. Los suyos le dieron los 5 panes y dos peces que tenían y con eso él hizo el resto: los multiplicó para dar de comer hasta saciarse nada menos que a cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. Y aún restaron doce cestos de sobras.
Eso que pidió entonces a los discípulos -que le dieran lo que tenían- es lo mismo que nos pide hoy también a quienes queremos ser de los suyos, tantos siglos después:
Jesús nos invita a que hagamos siempre todo lo que está en nuestra mano por aquellos que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Todo. Sin medias tintas. Sin mediocridades. Anteponiendo las necesidades de los demás a nuestras propias necesidades y a nuestros propios intereses. Como en esta ocasión los discípulos compartieron todos los alimentos que tenían, sin reservarse para ellos nada con lo que poder comer.
Nos invita también a que vivamos desde la Fe. Y a que pongamos esa Fe tanto en las cosas importantes como en esas pequeñas grandes cosas que constituyen nuestra vida cotidiana. Sabedores de que tenemos un Dios que, sobre todo, es Padre, que siempre pondrá lo que a nosotros nos falte. Igual que entonces puso panes y peces para aquellos cinco mil hombres a partir de los cinco panes y dos peces que pusieron los discípulos.
Por alguna razón que a mí desde luego se me escapa, a Dios le gusta apoyarse en nosotros. Y quiere que seamos sus manos aquí en la tierra, a pesar de nuestras muchísimas limitaciones y miserias. Limitaciones y miserias que, dicho sea de paso, Él sabe más que de sobra que nos acompañan. Dios quiere apoyarse en nosotros para actuar en la tierra y para llegar, a través de nosotros, al resto de sus hijos: «La mies es mucha y los obreros pocos» (Mateo 9, 37). Así era en tiempos de Jesús y así sigue siendo hoy.
En nuestra mano está atender a su llamada y elegir si sumarnos -o no- a sus filas. Para poner esos talentos que nos fueron regalados al servicio de su causa, que no es otra que el cuidado de sus hijos. Lo que habitualmente ocurrirá desde las cosas sencillas. Sin fuegos artificiales.
Nosotros, con la mejor de las intenciones, podremos poner a disposición de los demás nuestros tiempo, nuestra comprensión, nuestra paciencia o nuestro consejo. Pero será Dios quien finalmente les regale el quedar remediados, consolados, atendidos, o esperanzados. Igual que tras haber puesto los discípulos aquellos cinco panes y dos peces, Fue Jesús quien regaló a aquellos cinco mil hombres el quedar saciados.
La imagen es de Vanesa Guerrero en Cathopic
Una niña se dirigió indignada a Dios con la siguiente protesta:
«Señor, estoy triste ante tanta pobreza y tanto dolor en el mundo, ¿Por qué no haces nada para solucionarlo?’
Y el Señor le contestó:
«Sí he hecho algo: te he hecho a ti»