Cada uno los oía hablar en su propia lengua

Cada uno los oía hablar en su propia lengua

El día de Pentecostés Jesús encargó a los apóstoles que salieran a llevar su doctrina por el mundo entero. Para que les fuera posible hacerlo, sopló sobre ellos el Espíritu Santo y a partir de aquel momento sus vidas cambiaron para siempre. El Espíritu Santo les hizo comprender las escrituras y la profundidad de lo que habían vivido junto a Jesús durante aquellos tres años. El Espíritu Santo transformó sus corazones, los volvió valientes y desde ese momento ya no dudaron en salir a predicar la doctrina de su Maestro aún jugándose la vida. El Espíritu Santo hizo visible a quienes los escuchaban que estaban respaldados desde el Cielo, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.

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Y haremos morada en él

Y haremos morada en él

Jesús adelanta a los suyos durante la Última Cena lo que está por pasar. Sabe que no están aún listos para entender la profundidad de sus palabras, pero se las dice igualmente para sembrar en sus corazones lo que después, tras Pentecostés, sí que serían capaces de comprender en su verdadera dimensión.

Les adelanta los acontecimientos que están por venir: que uno de los apóstoles lo traicionará, que lo apresarán, que lo matarán y que al tercer día resucitará. Y también les adelanta algo que en aquel momento a buen seguro no comprendieron: que Jesús y el mismísimo Dios Padre harían morada en ellos.

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El salto

El salto

Muchos de quienes somos cristianos, o nos hemos hecho el firme propósito de llegar a serlo algún día, tenemos la sensación de que no avanzamos en la vida espiritual. Nos sentimos atascados y lo cierto es que no terminamos de ver cómo dar el siguiente paso. Porque nos gustaría amar a todo el mundo, tal y como nos propuso Jesús, pero lo cierto es que más allá de nuestro núcleo más íntimo -nuestras familias y nuestros amigos- no somos capaces de amar de manera incondicional.

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