A los cristianos y a quienes aspiramos a serlo algún día, Dios no nos tiene en una burbuja. Nos tiene viviendo en el mundo. Con todas sus bondades y también con sus muchas ataduras y sus muchas miserias. En él quiere que vivamos y en él nos llama a florecer.

Aquí crecemos, aquí trabajamos, aquí sacamos adelante a nuestras familias y aquí compartimos nuestra vida con personas buenas, con personas que no lo son tanto y con personas malas que, nos guste o no, también forman parte de nuestra vida. Porque buenos y malos vivimos mezclados como el trigo y la cizaña.

El mundo tiene sus legislaciones y sus normas, necesarias para regular la convivencia. Legislaciones y normas con las que convivimos y que debemos respetar. ¿Cómo no pagar nuestros impuestos, no acatar las normas de circulación o no respetar los confinamientos que nos están imponiendo?

Cumplir con esas legislaciones y normas que regulan la convivencia habitualmente no nos supone ningún problema. Las dificultades se nos presentan con las costumbres del mundo: esas que están tan extendidas que terminamos aceptando porque todo el mundo las hace suyas, pero que están mal.

Porque los criterios del mundo y los del Cielo nada tienen que ver. Y tratar de hacer compatibles unos y otros es imposible: el mundo nos llama al egoísmo, nos llama al consumismo sin medida, nos llama a vivir de manera hipócrita muy de cara a la galería, mientras que el Cielo nos llama a vivir una vida generosa, para los demás, en la que no nos esclavicen ni los bienes materiales ni el dinero.

Incluso quienes tenemos un carácter conciliador, y tratamos en la medida de lo posible de hacer compatibles ambos mundos, más pronto que tarde nos encontramos con que tenemos que elegir. Porque las reglas del mundo y las reglas del Cielo nos invitan a dirigir nuestra vida en direcciones contrarias y se hace imposible quedar bien con el mundo y quedar bien con Dios. Tenemos que que retratarnos y decidir a qué Señor es al que queremos servir.

No querer verlo, y vivir coqueteando con dos posiciones contrarias es mantener una actitud hipócrita, sobre la que mucho advirtió Jesús:

Se reunieron junto a él los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (…). Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». 

Evangelio Marcos 7, 1 – 8

No vivamos tratando de quedar bien con todos. No es en absoluto necesario y además no es posible. Aprendamos a ir contracorriente sin titubear, sin mirar para atrás, sin miedo. Seguros de que la opción que hemos escogido es la correcta y sabedores de que Dios siempre va con nosotros. Sintamos como un privilegio poder dar testimonio y poder ser sus manos aquí en la tierra, pudiendo así corresponder, al menos en parte, a tanto como hemos recibido. El camino a veces no será fácil, pero merecerá la pena. Mucho.

La imagen es de AnnieSpratt en pixabay

1 comentario

  1. Elegir entre varias posibilidades es una constante de nuestra vida, y es tan importante hacerlo bien en las grandes decisiones como en las medianas y pequeñas de cada día. A todas ellas se refiere este post de hoy, tan acertado como los anteriores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.