Todos pasamos por etapas en las que las cosas nos van bien y en las que tenemos la sensación de que la vida nos sonríe. En otras ocasiones, por el contrario, pasamos por situaciones complicadas, en las que el día a día se hace difícil. Algunas, como las enfermedades, se nos presentan sin más y nos obligan a armarnos de valor y hacerles frente. Pero otras dificultades nos llegan porque en torno a nosotros, lamentablemente, hay personas que no son buenas: unas son egoístas, otras son tiranas, otras son ambiciosas, otras son orgullosas, otras son… y no les importa demasiado si con sus decisiones o con sus comportamientos, quienes les rodean salen o no mal parados.
Un caso clarísimo de ambición sin límite lo rememorábamos hace nada, el día de los Santos Inocentes, en el que recordábamos cómo María, José y Jesús tuvieron que salir huyendo rumbo a Egipto porque el rey Herodes, para asegurar su trono, había mandado matar a todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores.
Personas malas ha habido siempre, y sabemos que siempre las habrá, porque en el mundo permite Dios la mezcla de buenos y malos, como en el campo están mezclados el trigo y la cizaña. Y mezclados seguiremos hasta el momento de la siega en el que, ahí ya sí, la suerte que correremos será distinta y el destino también, puesto que unos serán premiados y otros serán castigados:
Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”». (Evangelio Mateo 13, 24 – 30).
Aunque en nuestra vida tenemos muchos condicionantes que nos vienen dados, que de alguna manera conforman el marco en el que nos movemos – el momento histórico, el país o la familia en la que nacemos – tenemos mucha, mucha, mucha capacidad de elección. Y, conscientemente, o no, todos elegimos qué clase de persona queremos ser, pudiendo optar por una vida orientada hacia los demás o por una vida egoísta, orientada fundamentalmente hacia nosotros mismos. Estando a tiempo para cambiar en uno u otro sentido hasta el último de los días de nuestra vida.
¿Por qué ese «dejadlos crecer juntos hasta la siega»?
La razón por la que Dios permite el mal en el mundo para mí es un misterio. Pero sí que veo que malos y buenos estamos mezclados en todos todos los órdenes de la vida – familias, vecindarios, colegios, universidades, trabajos, comunidades – y en un caso el malo es un padre que mantiene una familia, en otro caso es un profesor que explica magníficamente bien su asignatura, en otro es el dueño de una empresa que proporciona puestos de trabajo, en otro caso… de tal manera que, pese a todo, en muchas ocasiones lo más conveniente es que se mantenga la convivencia.
Jesús en este pasaje, una vez más, es meridianamente claro: esa necesaria convivencia tan solo durará hasta que se acaben nuestros días aquí en la tierra. Una vez terminen, y llegue el momento de la siega, los que hayan vivido hacia los demás serán premiados y los que, por el contrario, hayan vivido fundamentalmente hacia sí mismos, serán castigados. Y ahí, ya sí, la cosa será irreversible. No habrá marcha atrás.
Es verdad que entre el blanco y el negro hay un amplio abanico de grises. Y aquellos a quienes podríamos calificar como «buenos», también se equivocan, pecan y tienen sus miserias. De la misma manera que aquellos a quienes podríamos calificar como «malos» raramente lo son tanto que no se ocupen de sus hijos. Es claro que sí. Pero Dios juzgará con misericordia al que tuvo misericordia, con extrema dureza a quien fue extremadamente duro y en la balanza solamente pesará una cosa: el amor que hayamos sido capaces de regalar.
La imagen es de saritjokro en pixabay
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