Son muchos los pasajes del Evangelio en los que se recoge cómo Jesús, en lugar de compartir su doctrina abiertamente, la explicaba a través de parábolas en las habitualmente usaba ejemplos que giraban en torno a realidades que todos aquellos que le escuchaban conocían bien -rebaños, ovejas, siembras, grano, trigo, cizaña, mostaza, viñas, monedas, redes o peces- porque formaban parte de lo que vivían en su día a día.
La enseñanza a través de parábolas tenía dos objetivos, relacionados entre sí:
Por un lado, las parábolas resultaban farragosas a aquellas personas que iban a escuchar a Jesús, pero en realidad no andaban buscando la verdad. Entre ellos se contaban quienes buscaban desacreditarlo y también aquellas personas que se acercaban a Él porque en cierto modo estaba de moda y querían ver fuegos artificiales. Unos y otros salían decepcionados tras escuchar sus palabras; los primeros porque no encontraban asidero al que agarrarse para desacreditarlo y los segundos porque ni siquiera atisbaban a vislumbrar la grandeza de lo que allí se hablaba.
Por otro lado, esas mismas parábolas aportaban una enorme luz a las personas que iban a escucharlo con buena voluntad. Aquellos que acudían a escucharlo buscando la verdad, entendían a Jesús sin dificultad y volvían a sus casas inspirados, fortalecidos y con ganas de ser mejores. Porque solo con luz es posible ver más luz.
Lo mismo que ocurría entonces, ocurre hoy, siglos más tarde: desde el Cielo nos invitan a vivir nuestra vida ordinaria desde el amor; desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres, nuestros hermanos. Quien así empieza a vivir, cuando acude al Evangelio nunca queda defraudado: siempre sale inspirado, fortalecido, con más luz y con ganas de ser mejor.
Porque el Evangelio, pese a ser siempre el mismo, lo cierto es que muchas veces nos resulta novedoso. Y esto es así porque, por un lado, nosotros somos personas que estamos en constante cambio, y una misma lectura puede inspirar cosas distintas en función de cuál sea nuestro estado emocional o cuáles sean las vivencias que van configurando lo que somos. Por otro lado, es el mismo Dios quien nos habla a través de sus páginas y Él inspira lo que quiere y a quien quiere, cuando le parece oportuno.
Todos estamos llamados a entrar en ese círculo virtuoso en el que Dios va regalando luz a quienes aman. Y a medida que vayamos amando más, más luz y más verdades del Cielo se nos regalarán… hasta que llegará un día en el que, casi sin darnos cuenta, empezaremos a vivir con el Espíritu de Dios.
«Porque al que tiene se le dará, y tendrá de sobra»
Nuevamente aquí la lógica del mundo y la del Cielo vuelven a ser contrarias: mientras las cosas materiales se dejan de tener cuando se regalan, en el caso del amor, cuanto más se da, más se tiene.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.» ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»
Mateo 13, 10 – 17
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