Jesús vino a predicar su doctrina a las gentes de Israel. En aquel pueblo nació, entre ellos vivió, a ellos predicó su mensaje y entre ellos hizo sus milagros, salvo en contadísimas exepciones, como en el caso de la cananea o en el caso la samaritana.
Por qué quiso Dios hacerlo así es algo que solamente Él sabe. Nosotros podemos tan solo intuirlo: posiblemente convenía que sembrase allí porque era el único terreno abonado para que su semilla pudiera echar raices y crecer.
En cualquier caso, en el deseo del Padre y en el deseo de Jesús estuvo siempre el llevar esa doctrina a toda la humanidad, invitando así a todos los hombres y mujeres a vivir desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres.
Y por eso, una vez resucitado Jesús, envió a los suyos a recorrer el mundo entero para extender su Evangelio. Una misión a todas luces imposible en un momento histórico en el que aún no había internet, no había televisión, no había radio, no había telegrama, no había trenes, no había aviones y no había coches. Para hacer posible su misión, eso sí, les regaló algo realmente especial: les regaló el Espíritu Santo, quien les repartió su luz, sus dones, les cambió la mirada y los ayudó a ser perseverantes y tan valientes. Y aquellos once apóstoles, tan humanos y tan cargados de defectos y miserias como cualquiera de nosotros, lo consiguieron: extendieron la doctrina de Jesús por todos los confines del mundo transformando así las vidas de todos aquellos que quisieron escucharles entonces y ayudando a transformar también las vidas de todos aquellos que hemos querido escuchar esa doctrina muchos años después de que ellos se fueran al Cielo para volver a vivir junto a su Maestro, ya para toda la eternidad.
Todos estamos llamados a formar parte de un solo rebaño y a tener un solo pastor. Da igual en qué continente hayamos nacido, en qué momento histórico, cuál sea nuestra lengua materna o en qué clase social nos hayamos criado. La doctrina del amor es universal y todos, sin excepción, estamos llamados a vivir desde el servicio. Sean cuales sean las circunstancias que rodeen nuestra vida.
Estamos llamados a sentirnos hermanos del resto de los hombres. Y a hacer de esta querida Iglesia nuestra -con sus luces y con sus sombras- un lugar de acogida y un lugar de encuentro para todos. Y a tener la mirada puesta, de manera preferente, en aquello que nos une en lugar de en aquello que nos separa.
Sólo cuando nos sintamos un solo rebaño llegaremos a alcanzar esa unidad por la que suspiraba Jesús: la unidad entre nosotros y la unidad, también, con Jesús y con el Padre.
En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación». Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación —y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos—. Desde este día, decidieron darle muerte.
Juan 11, 45 – 53
La imagen es de pixabay en pexels
Querida Marta:
Muy acertada tu reflexión en este jueves Santo, día del Amor Fraterno.
Ojalá que así sea y así nos sintamos.
Existen varios estudios que concluyen que Jesús vino en el momento preciso. Creo que el resultado de la difusión de su doctrina avala esta teoría.