Jesús quiere que seamos uno con Él y que seamos uno también con Dios. Así se lo rogó al Padre, delante de los apóstoles, en la sobremesa que tuvieron tras la Última Cena, en la que aprovechó para recordar a los suyos lo más importante de la doctrina que les había predicado durante los tres años que había convivido con ellos. También les preparaba el corazón para lo que comenzarían a vivir pocas horas después.
Durante los tres años que duró su vida pública, el Maestro siempre predicó lo mismo. Siempre invitó a todo aquel que quiso escucharle a vivir desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres. Y eso que predicaba era lo mismo que hacía vida cada día. Porque el amor es la seña de identidad del cristiano. Y sólo a quien ama Jesús lo considera «de los suyos»:
«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”
Evangelio Juan 13,35
Nos propuso Jesús entonces -y nos sigue proponiendo hoy- vivir desde un amor generoso, desinteresado, en el que sepamos ir más allá, alegrándonos con aquel al que las cosas le van bien, sufriendo con aquel al que le van mal, anteponiendo las necesidades del otro a nuestras propias necesidades e incluso llegando a amar a aquellos que no nos quieren bien. Nos propuso Jesús entonces -y nos sigue proponiendo hoy- que nos dejemos guiar por el Espíritu y hagamos equipo con Dios en el caminar de la vida
Ese amor -el amor verdadero- es el vínculo que une a las personas con más fuerza. Una fuerza mucho más poderosa incluso que la de la sangre. Por eso hay amigos de los que podemos decir -porque asi lo sentimos- que son como familia.
Y ese amor -el amor verdadero- es también el vínculo que nos mantiene unidos a Jesús y al Padre, que son, en esencia, amor.
Quien así vive comienza, en cierto modo, a mirar con la mirada de Dios, a vivir el Cielo ya en la tierra y a ser luz para el mundo.
No hay más. Ni menos. Es algo aparentemente sencillo, pero que tiene una hondura que no es fácil de atisbar y no es fácil tampoco de vivir. Pero ese debería ser nuestro objetivo, si queremos mantenernos unidos a Jesús como los sarmientos a la vid: alimentándonos de Él y tratando de hacer vida su Evangelio.
Afortunadamente tenemos nuestro paso por este mundo para avanzar en ese camino del amor, en el que no siempre se avanza ni a buen ritmo ni en linea recta. Pero eso ya lo saben desde el Cielo, como saben también de nuestras muchas limitaciones. A nosotros nos toca ponernos en camino, dejarnos guiar y perseverar.
«No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
Juan 17, 20 – 26
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Marta muchas gracias por los comentarios al Evangelio y artículos que tan puntualmente nos envías cada semana. A mi me ayudan mucho y son tan reales que muchas veces me veo ahí y me ayudan a sacar propósitos de mejora. A ver si de verdad lo logro.