Muchos de nosotros, conociendo o no el mensaje de Jesús, queremos cambiar el mundo, queremos que sea más justo y para ello tratamos de ir siendo cada vez mejores. Sin embargo, hay una piedra en la que tropezamos una y otra vez y es en la falta de constancia: nos dejamos enredar en las distracciones del mundo y a menudo terminamos de nuevo en ese terrible «primero yo, luego yo y después yo».
Hay unas palabras preciosas de Jesús en el Evangelio que nos invitan, precisamente, a ser constantes, a perseverar en el amor:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que de más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos». (Evangelio Juan 15, 1-8).
Jesús resume toda su doctrina en muchas ocasiones en una única cosa: el amor. Amor que, necesariamente, se ha de trasladar a acciones concretas, habitualmente al alcance de todos nosotros desde nuestra vida cotidiana. Ese amor en unos casos se traducirá en escuchar a quien necesita desahogarse, en otras ocasiones se traducirá en prestar dinero a quien no llega a fin de mes, en otros casos se traducirá en aconsejar a quien está perdido, en ocasiones se traducirá en defender al más débil … En este Evangelio Jesús a esas acciones, las llama «frutos».
Y explica que si las personas no damos frutos es porque no vivimos en el amor. Y nos invita a que permanezcamos siempre fieles a su mensaje, unidos a él, perseverando en ese espíritu que comparte con nosotros, de la misma manera que la cepa comparte su savia con los sarmientos para formar una única vid.
Detalla también Jesús en este Evangelio algo que resulta tremendamente duro: a los sarmientos que no dan fruto el labrador los arranca, los tira fuera y los echa al fuego. Así, sin contemplaciones. El Dios que nos da a conocer Jesús es un Dios que, sobre todo, es Padre. Y es un Dios que, al igual que Jesús, tiene entrañas de misericordia. Y precisamente por el inmenso amor que nos tiene, no se puede quedar indiferente frente a aquellos que no cuidaron de sus hijos. ¿Qué madre de aquí de la tierra no entiende eso?, ¿qué madre de aquí de la tierra es capaz de mirar para otro lado cuando hacen daño a alguno de sus hijos?. Pues igual pasa con Dios Padre, quien está bien lejos de ser un Padre «tontorrón» o «blandito». Bueno, desde luego. Buenísimo. Pero justo: y juzgará sin misericordia a quienes no tuvieron misericordia, arrojando fuera a los sarmientos que no den fruto.
De la misma manera, ese mismo Padre cuidará y podará aquellos sarmientos que sí que den fruto, para que den aún más: a esos que vayan por la vida cuidando de los demás les asistirá el Padre muy especialmente, regalándoles en cada caso lo que más convenga; en unos casos será más sensibilidad, en otros casos será más tiempo, en otros casos será más finura de espíritu, en otros casos será más poder, en otros casos será más … lo que quiera que sea lo más conveniente.
Nos invita Jesús a que permanezcamos adheridos a él, fieles a su doctrina, perseverando en el amor con firmeza y con esperanza. A quien así viva, tanto le amará el Padre, que todo cuanto pida se le dará.
La imagen es de Hessyz en Flickr
Tontorrona nativa en Marte, felicita a Perseverante en el Evangelio de andar por casa.
Suscribo tus observaciones por experiencias vitales de semejante índole. Abrazo Admirado Perseverante bloguera.
La imagen del sarmiento y la vid es muy bonita pero no me parece acertada porque es un poco excluyente: el sarmiento no puede dar fruto sin la vid, pero una persona sí puede hacer el bien fuera del mundo de la fe.
¡Desde luego que se puede hacer el bien fuera del mundo de la Fe!. ¡Anda que no hay personas buenas – buenísimas – que no han oído hablar de Jesús o que simplemente no son creyentes!
Yo retocaría el final de tu frase … el sarmiento no puede dar fruto sin la vid igual que una persona no puede hacer el bien si no está en el amor
En el post del jueves que viene trataré de reflexionar sobre este tema que has traído
¡Mil gracias por traerlo!