La diversidad de visiones, la diversidad de sensibilidades o la diversidad de opiniones resulta enormemente enriquecedora. Porque nos obliga a mirar más allá de nuestra burbuja, nos saca de nuestra zona de confort, nos hace reflexionar y nos invita a mirar hacia otras realidades, no siempre conocidas.
Muchas veces nuestra visión, sensibilidad u opinión viene condicionada a su vez por el país y el tipo de familia en el que nos hemos criado, así como por nuestra edad, sexo, o nivel cultural. Pero, más allá de todo eso -que sin duda deja huella en nuestra forma de ver la vida- están esos talentos con los que cada uno hemos nacido, que nos hacen únicos, y el uso que decidimos hacer de nuestra libertad: esa libertad que nos puede llevar a escoger el amor como estilo de vida o que, por el contrario, puede llevarnos a escoger el vivir una vida centrada en nosotros mismos, orientada a satisfacer nuestras necesidades, nuestras apetencias y nuestras ambiciones.
Jesús no buscó rodearse de sus pares:
Sus más íntimos, los doce hombres a los que escogió como apóstoles, eran en su mayoría pescadores: personas sencillas, que vivían de su trabajo y que, por otro lado, no destacaban ni por sus virtudes, ni por su altura espiritual, ni por su nivel cultural. Entre los apóstoles también se contaba Mateo, más ilustrado, y con una profesión -recaudador de impuestos- muy desprestigiada entre los judíos. Tras su resurrección Jesús reclutó también a Pablo quien había sido, nada más y nada menos, que perseguidor de los cristianos. Constituyeron un grupo heterogéneo que, unido por un mismo Espíritu, dio comienzo a nuestra Iglesia y supo llevar el cristianismo al mundo entero.
Por otro lado, la vida y el corazón de Jesús lo ocupaban preferentemente las personas más vulnerables, muchas veces al margen de la sociedad, pero cupo también en su vida una profunda amistad con personas buenas que vivían una vida acomodada, como fueron Lázaro, Marta y María. Y, aunque preferentemente atendió a su pueblo -el pueblo judío- nunca dejó atrás ni a los romanos o a los samaritanos que acudieron a él con Fe.
La diversidad en las relaciones personales nos enriquece enormemente. ¿Cómo no va a hacerlo, si continuamente nos fuerza a pensar y a argumentar los porqués de aquello que defendemos? ¿Cómo no va a hacerlo si continuamente nos obliga a ponernos en la piel del otro para tratar de entender los porqués de aquello que defiende?
La diversidad en los equipos de trabajo que vamos teniendo en la vida profesional también es un activo que aporta un valor incalculable. Porque hace que el resultado del trabajo sea, habitualmente, mucho más rico y más sólido.
La diversidad enriquece también, sin duda, esta querida Iglesia nuestra en la que tenemos cabida todos los que nos tomamos en serio a Jesús y al Evangelio.
Porque la Iglesia, con sus muchas sombras y sus muchas luces, también es diversa.
Y gracias a su diversidad es una comunidad de la que podemos sentirnos parte personas de muy distintas sensibilidades y muy distintas visiones, a las que nos une el haber tomado la determinación de querer vivir la vida desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres. Con nuestros logros y también con nuestros fracasos y nuestros retrocesos.
Y gracias a su diversidad, podemos sentirla como lugar de acogida y lugar de encuentro para todos. ¿No fue esa, acaso, la forma de vida que escogió Jesús?
Por alguna razón que a mí se me escapa, quienes conformamos la Iglesia muchas veces buscamos la cercanía exclusivamente con las personas que nos resultan más afines -con las que compartimos sensibilidades y visiones- y de alguna manera rechazamos al resto: porque son demasiado conservadores, porque son demasiado progresistas, porque son demasiado rigurosos con la liturgia, porque son demasiado laxos con ella, porque son demasiado… lo que quiera que sea.
¿Por qué no tener la mirada puesta, de manera preferente, en lo que nos une en lugar de tener la mirada puesta en las barreras que nos separan?
Excelente la conclusión final
Qué bueno es entender que la diversidad en orden con el evangelio es un activo, una gracia del cielo que enriquece a la iglesia y manifiesta que en amor se puede vivir en un jardín con flores de diferentes colores y formas. Dios les bendiga y la Virgen les cuide.