
El Espíritu Santo, aún formando parte de la Santísima Trinidad, es para muchos cristianos un gran desconocido. Quizás porque, si bien la persona de Dios Padre y la de Jesús podemos asimilarlas a figuras tan cercanas y tan conocidas para todos como la de un padre y la de un hijo, no ocurre igual con el Espíritu Santo, con quien nos vemos obligados a recurrir a un concepto abstracto.
El Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo. Un amor, esencia de cada uno de ellos, infinito y perfecto que conforma una tercera persona, íntimamente ligada a las otras dos.
El papel del Espíritu Santo en tiempo de los apóstoles fue clave:
Los apóstoles pasaron junto a Jesús sus tres años de vida pública. Le oyeron predicar en público, le escucharon en privado cada día, vieron cómo dedicó su vida a los demás y fueron también testigos de la estrechísima relación que le unía a Dios Padre. Pero, pese a la intensidad de esos tres años de convivencia, lo cierto es que no llegaron a comprender su mensaje con profundidad.
El propio Jesús, en la Última Cena, cuando les avisó de que su fin era ya inminente también les dijo que, aunque lo sintieran, a ellos les convenía su marcha porque les mandaría el Espíritu Santo:
Dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».
Evangelio Juan 16, 12 – 15
Y así fue. Y cuando, tras la muerte y resurrección de Jesús recibieron el Espíritu Santo su vida cambió por completo, porque por fin comprendieron la hondura de la doctrina de su Maestro: todas sus palabras cobraron por fin su verdadero sentido.
El Espíritu les dio luz. Y también dones. Ellos se dejaron guiar por él durante el resto de sus vidas y, gracias a eso, fueron capaces de extender el cristianismo por el mundo entero. Y gracias a ellos muchos de nosotros hoy, siglos más tarde, también tenemos a Jesús por Maestro y también tratamos de hacer de su doctrina nuestro estilo de vida.
Ese mismo Espíritu quiere acompañar también hoy nuestra vida y nuestros pasos. Y basta con que vivamos en sintonía con el mensaje de Jesús, basta con que vivamos de cara a los demás, para que ese acompañamiento se haga efectivo.
Nuestra pregunta llegado este momento podría ser ¿cómo se yo si tengo ese Espíritu? Y la respuesta es clara: al Espíritu se le siente. El Padre Ayúcar explicaba que nuestra disposición hacia las tres personas de la Santísima Trinidad podría matizarse de la siguiente manera:
- Hacia el Abba para amarlo. A Dios Padre le queremos por lo que representa, por lo muchísimo que nos quiere, por lo que nos cuida, por lo que nos resuelve, por hacer de Padre – Madre.
- Hacia el Hijo para imitarlo. Ese Jesús que se hizo hombre como nosotros, con nuestras limitaciones y nuestras miserias, para enseñarnos con su vida cómo podemos vivir una vida del Cielo ya aquí en la tierra.
- Hacia el Espíritu para sentirlo. Es el Espíritu ese que, cuando está dentro de nosotros, nos hace vibrar, nos hace sentir y nos da la luz que nos indica qué camino debemos seguir. No va el Espíritu a nuestro lado en el camino de la vida, no; está dentro de nosotros.
Es el Espíritu el que nos va enseñando a mirar, cada vez más, con la mirada de Dios. Y el que en ocasiones nos invita a avanzar por un camino y en otras por su contrario.
Muchos de quienes queremos ser cristianos y conocemos bien el mensaje de Jesús, lo cierto es que no terminamos de crecer en la vida espiritual. Y nos ocurre porque en realidad no actuamos como Dios quiere sino como a nosotros nos parece bien, aunque sea -por supuesto- desde la mejor de las intenciones. Nos movemos confiando, fundamentalmente, en nuestras ideas, nuestras fuerzas y nuestras capacidades.
Para crecer en la vida espiritual es necesario confiar. Es preciso abandonarse. Es necesario dejarse guiar por ese Espíritu que nos va enseñando, poco a poco, a mirar con la mirada de Dios. Sólo así conseguiremos «hacer equipo» con Dios Padre.
La imagen es de NADIA71 en pixabay
Muy bien traídas las dos citas: la de san Juan, con su dosis de misterio y suspense, y la del padre Ayúcar como receta clara y directa para todos los días. Marta les da sentido a ambas uniéndolas en un solo mensaje.
Por q el enlace al padre Ayucar te lleva a una pg China?