Evangelio apc Agua viva

Jesús nos invita a beber el agua que él nos da para no volver a tener sed jamás. Con esta invitación, igual que con otras muchas, levanta el vuelo con sus palabras y a las personas de andar por casa nos cuesta entender lo que quiere decir; y nos vemos obligadas a interpretar esas palabras a la luz del espíritu del Evangelio. Leídas o escuchadas con ese filtro, ahí sí, adquieren todo su sentido.   

Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dió Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice «dame de beber», le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él vivieron sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Evangelio Juan 4, 5 – 14).

Jesús se acerca al pozo porque tiene sed. No tiene con qué sacar el agua y decide esperar hasta que alguien que vaya a por agua le eche una mano. Muy posiblemente fue conducido allí por el Espíritu para llegar hasta la samaritana y, a través de ella, también a su pueblo.

La samaritana se acerca al pozo y se encuentra allí con Jesús. No le conoce de nada pero ve que es judío y su primera reacción es resistirse a echarle una mano. Una reacción extendida en la sociedad de entonces entre judíos y samaritanos e igualmente extendida en la sociedad en la que vivimos nosotros hoy. Sociedad en la que nos dejamos llevar por nuestros prejuicios y por las apariencias y juzgamos de antemano a personas a las que ni siquiera conocemos. Nos basta una imagen, una vestimenta o unos determinados modales para encasillar al otro sin siquiera concederle el beneficio de la duda.

Superada esta primera reacción se entabla una conversación entre Jesús y la samaritana realmente curiosa, porque ella y él, él y ella, se mantienen en planos distintos: ella a ras de suelo, en lo tangible, en lo cotidiano y él levantando el vuelo: hablan de cosas diferentes y en lenguajes diferentes. Ella, algo después, terminará entendiendo.

Ella se refiere al pozo, al cubo y al agua. Y Jesús, partiendo de esa misma idea del agua, le explica cómo se sienten aquellos que llegan a vivir la vida con el Espíritu de Dios.

Para tener ese Espíritu de Dios, una sola cosa es necesaria: vivir para amar. Es el camino del amor un camino en el que se avanza poco a poco. Y en la medida en la que se va amando más, más se recibe ese espíritu que va, a su vez, aumentando la capacidad de amar. Gracias a ese mayor espíritu se ama más y más se recibe nuevamente de ese espíritu … llegándose a entrar de esta manera en un círculo virtuoso en el que se va sintiendo cada vez más «al estilo» del Padre. Y se crece también en paralelo en confianza y en intimidad con Él. Quien entra en ese círculo virtuoso y consigue llegar ese estadio, disfruta de una felicidad plena, honda, duradera, que más bien es un estado del alma que se convierte dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

La imagen es de CameliaTWU en Flickr

2 comentarios

  1. Esta escena del evangelio es interesante por dos razones. La primera es la ya comentada del diálogo. La segunda es que se trata de la única escena en la que Jesús se queda a solas con una mujer, dándose, además, la circunstancia de que los apóstoles se marchan, quizás a propósito, para que se queden solos.

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