Jesús, durante la Última Cena, sabiendo que ya le quedaba poco para dejar este mundo y volver junto al Padre, insistió a los suyos en los puntos clave de su doctrina e intentó prepararlos para lo que pronto vivirían. En ese contexto tan íntimo y tan especial los llamó amigos y les explicó por qué lo hacía.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
Juan 15, 14 – 16
Explicó Jesús a los suyos entonces -y nos explica hoy a nosotros- que nos ha tratado como amigos porque nos ha contado todo, sin guardarse nada para sí. Esa doctrina que trajo al mundo, que él mismo resumió en una invitación a pasar por la vida amando a Dios y a las personas que van pasando a nuestro lado, es todo lo que hay que saber. No hay más. Ni menos. Es así de sencillo. Es así de profundo. Es así de retador.
Explicó Jesús a los suyos entonces -y nos explica hoy a nosotros- que sus amigos son los que hacen vida su doctrina, su Evangelio. A los que queremos avanzar en el camino del amor Jesús nos considera de los suyos. Aunque a veces lo consigamos y otras no tanto: lo importante es la disposición que tenemos en el corazón. A sus amigos nos une el mismo Espíritu y, en la medida en la que vayamos avanzando en ese caminar, iremos compartiendo, cada vez más, su misma mirada y su mismo sentir.
En nuestra sociedad el término «amigo» lo tenemos bastante degradado. Porque con frecuencia lo usamos a la ligera, para referirnos a personas conocidas con las que apenas tenemos trato o lo usamos incluso para referirnos a personas con las que simplemente estamos conectados en una red social.
Los amigos, en el sentido más hondo de la palabra, son un tesoro.
Los amigos son aquellas personas a las que elegimos para que vayan a nuestro lado. No los elegimos ni por interés, ni por conveniencia. Los elegimos porque queremos compartir nuestra vida con ellos. Como hizo Jesús, que no eligió como amigos ni a los hombres más influyentes, ni a los más eruditos ni a los más virtuosos… se rodeó de gentes sencillas, con tantos defectos como cualquiera de nosotros y con ellos compartió su vida, con ellos compartió su doctrina y a ellos confió la tarea de extender el Evangelio por el mundo entero una vez que Él volvió a la Casa del Padre.
Los amigos son personas a las que nos une un sentir común, unos valores compartidos, un mismo espíritu, que nos mantiene cerca, sean cuales sean las circunstancias que puedan ir rodeando nuestra vida. Circunstancias que pueden hacer que en ocasiones incluso perdamos el contacto frecuente. Lo mismo da. Si la amistad es verdadera, ahí sigue, como un pilar en el que siempre podremos apoyarnos, y muy especialmente en los momentos difíciles.
Los amigos son personas en las que podemos confiar. Porque vemos que hay coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Porque van de frente. Porque sabemos que buscan nuestro bien y no su interés. Porque sabemos que nuestras confidencias están a salvo con ellos.
Los amigos no son perfectos. Son personas de carne y hueso con sus virtudes, sus defectos y sus limitaciones. Como nosotros. Es bueno que los conozcamos bien y que tengamos claro qué podemos esperar de ellos. Debemos cuidarlos y apreciarlos como el tesoro que son.
La imagen es de jarmoluk en pixabay
Gracias AMIGA; un jueves más me emocionas