Muchos de nosotros, a fuerza de intentar vivir en este mundo con los valores del Cielo tratando de hacer coexistir una lógica y su contraria, a veces nos desviamos de la verdadera doctrina de Jesús. Y terminamos por fabricarnos, aún sin ser demasiado conscientes de ello, una religión a medida de lo que nos conviene. Y no nos damos demasiada cuenta, porque en este querido mundo nuestro que está tan estropeado, parece que todo vale. Pero no es así. No todo vale. Y si queremos ser cristianos no debemos desviarnos de la Verdad.
Para no desvianos de la Verdad es importante conocer el Evangelio. Porque la doctrina que nos trajo Jesús es un todo que solamente como un todo tiene sentido. Y no podemos arrancar del Evangelio las páginas que nos incomodan o las que no nos gustan. No podemos fabricarnos un Jesús a medida de nuestros intereses , porque ese no sería el Maestro verdadero, sino una persona diferente de ese Jesús que vivió -y sigue viviendo hoy- entre nosotros.
Para conocer el Evangelio, en mi opinión, no basta con escuchar la homilía del domingo. Hace falta leerlo. Y hace falta leerlo porque es un texto riquísimo, con infinitos matices, de cuya lectura muchas veces se vale Dios para hablarnos, para guiarnos o para darnos luz.
Y, como además, nosotros somos personas en constante evolución, que vivimos en un entorno también cambiante, nuestro sentir y nuestras necesidades también van evolucionando con el paso del tiempo. Y va cambiando con el tiempo también lo que Dios nos quiere decir o lo que va queriendo de nosotros. Por eso cuando leemos sin prisa un pasaje del Evangelio de esos que «ya nos sabemos», muchas veces le encontramos matices que nos dicen cosas nuevas.
Cosas que, en ocasiones, nos hacen sentir que «nos arde el corazón», como tiempo atrás les ardía a aquellos discípulos que iban camino a Emaús, cuando Jesús les explicaba las escrituras.
Para no desviarnos de la Verdad es importante ir por la vida con espíritu crítico, sin dejarnos llevar por lo que hace todo el mundo. Debemos plantearnos siempre si los pasos que vamos a dar encajan o no con la lógica del Cielo y debemos obrar en consecuencia. Aunque eso suponga ir a contracorriente.
Para no desviarnos de la Verdad es importante que nos tomemos nuestro tiempo -aunque tengamos que robárselo a ese tiempo que no tenemos- para estar con Dios, para escucharle, para tratar de saber qué camino quiere que sigamos y qué es lo que va queriendo de nosotros cuando vamos avanzando en el camino de la vida.
Desde el Cielo nos invitan a que no tengamos miedo. Y así debemos vivir. No tengamos miedo de quedarnos con la Verdad tal cual es. No tengamos miedo a quedarnos solos. No tengamos miedo a que Jesús sea el centro de nuestra vida y su doctrina la que dé a todo su verdadero sentido. Desde el Cielo siempre estarán a nuestro lado aunque nosotros, muchas veces, no sepamos verlo.
Ese Jesús al que queremos seguir está saliendo constantemente a nuestro encuentro. Si de verdad lo buscamos, lo encontraremos.
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”»
Marcos 16, 1 – 7
La imagen es de Anastasia Martynova en pexels
Muy bien descrito el concepto de religión «a medida». Benedicto XVI condenó claramente esta práctica denominándola relativismo religioso.
Leer el Evangelio y trasladarlo a nuestro día a día es la mejor receta para caminar en verdad.. Y compartirlo con otros, como tú haces, nos ayuda y nos enriquece mucho también.
¡Gracia, Marta!