Cuestionarlo todo

En este mundo en el que vivimos en el que todo ocurre tan deprisa, lo que resulta más fácil es dejarnos llevar por sus costumbres y sus modas y adoptar como propios los valores que se han impuesto. Si lo hacemos podemos llevar una vida más o menos cómoda, sí, pero ¿de verdad es eso lo que queremos?, ¿estamos dispuestos a dejar que la vida nos lleve donde ella quiera sin esforzarnos siquiera en tratar de coger el timón y gobernarla?

Para poder gobernarla de verdad debemos tener claro, en primer lugar, dónde queremos llegar; porque si no tenemos qué clase de persona nos gustaría ser, difícilmente podremos avanzar en la dirección correcta.

El objetivo de los cristianos y de los que aspiramos a serlo tendría que ser compartido: todos deberíamos aspirar a llegar a vivir desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los demás. Desde las circunstancias profesionales, familiares o personales que cada uno tengamos. Y con las cualidades y talentos con los que cada uno hayamos nacido. Lo mismo da.

Para llegar a sentir como nuestra y vivir esa doctrina del amor que nos trajo Jesús es importante conocerla. Conocerla bien. Y comprender con profundidad el espíritu del Evangelio para tener criterio. Un criterio que nos permita distinguir con claridad lo que está bien de lo que está mal, lo que viene del Cielo de lo que no, lo que está alineado con la propuesta de Jesús de lo que está desviado.

Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. 

Evangelio Mateo 7, 15 – 16

Y, eso sí, una vez que estemos perfectamente equipados con ese criterio, debemos ser críticos. Y cuestionarlo todo. Todo. Porque vivimos en una sociedad que está bastante enferma. Y en nuestras ciudades reina un egoísmo atroz: cada uno va a lo suyo y lo de su familia sin preocuparse ni mucho ni poco de lo que le pase al resto, ni del bien común. Y tan extendida está esta forma de comportarnos, que la hemos aceptado como buena. Cuando es profundamente insolidaria y absolutamente incompatible con la propuesta que nos trajo Jesús. Por eso es importante ser crítico. Y por eso es importante que antes de tomar decisiones, nos preguntemos dos veces cuáles de las alternativas que tenemos por delante son aceptables y cuáles no lo son. Porque no es aceptable ese mirar para otro lado que se ha impuesto en el mundo ni ese individualismo que campa a sus anchas como si el otro no existiera; como si nosotros mismos tantísimas veces no necesitásemos de la ayuda y el apoyo de los demás. ¿Pero qué clase de sociedad es esta que estamos construyendo y que estamos dejando a nuestros hijos?

Tampoco es aceptable esa «religión a la carta» que tantas personas nos confeccionamos. ¿Qué es eso de quedarnos con las páginas que nos gustan del Evangelio y hacer como si no existiera el resto? Eso es una tomadura de pelo. Podemos hacerlo, cómo no. Pero no nos llamemos entonces cristianos, porque la verdad es que nos estaremos quedando con una doctrina «light», lejana de esa que predicó Jesús, absolutamente radical en favor del que sufre.

Vivimos tiempos difíciles. Son tiempos revueltos. Son tiempos de cambio. También para esta querida Iglesia nuestra -de la que muchos de nosotros nos sentimos parte- que también está tocada.

Sólo con criterio y sólo con un espíritu crítico podremos mantenernos firmes y avanzar -sin prisa pero sin pausa- hacia nuestro objetivo. En la medida en la que nos vayamos acercando a él conseguiremos ir mirando al mundo con la mirada con la que lo miran Jesús y el Padre.

La imagen es de TeroVesalinen en pixabay

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