Todos nosotros estamos condicionados por circunstancias sobre las que apenas tenemos capacidad de influencia. El momento histórico y el país en el que nacemos, la familia en la que venimos al mundo o las oportunidades que nuestros padres pueden darnos, son algunas de esas circunstancias que condicionan lo que somos, condicionan nuestra ideología y condicionan la forma en la que vemos el mundo que nos rodea.
Pero no es menos cierto que, dentro de ese marco, todos tenemos capacidad de actuación. Y mucha. Y así, podemos aprovechar las oportunidades que se nos van presentando o podemos irlas dejado pasar con alguna excusa, podemos ir por la vida con una mirada positiva o con una mirada negativa, podemos pasar por este mundo trabajando para dejar una realidad mejor que la que nos encontramos cuando vinimos a él o podemos dejar que sean otros los que hagan el trabajo, podemos ir cuidando de los que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida o podemos mirar para otro lado cuando a quienes nos rodean se les presentan problemas. Podemos vivir desde el compromiso o podemos vivir acomodados en la mediocridad.
De esta manera, en el marco de un mismo contexto, se pueden vivir vidas diametralmente opuestas. Diametralmente opuestas en acciones, diametralmente opuestas en decisiones y, sobre todo, diametralmente opuestas en actitud.
También está en nuestra mano escoger vivir contando con Dios: invitándole a ser parte activa de nuestra vida, facilitándole que se vaya adueñando de nuestra mirada, dejando que vaya guiando nuestros pasos. Por supuesto, podemos también pedirle que nos ayude siempre que lo necesitemos o lo necesiten las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Y pedirle paz, consuelo, valentía, luz, sabiduría o lo que quiera que nos haga falta. Que para eso es nuestro Padre.
Basta con que, como la mujer hemorroísa hizo en tiempo de Jesús, toquemos a Dios con Fe. Aquella hemorroísa que confió en que Dios operaría el milagro si tan solo tocaba el manto de Jesús y así fue. Porque es Fe lo que desde el Cielo nos demandan para intervenir en nuestra vida. Una Fe que, por otro lado, es lo único que nosotros podemos regalar a Dios.
Entonces una mujer que desde hacía doce años sufría flujos de sangre y que había gastado en médicos todos sus recursos sin que ninguno pudiera curarla, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto y, al instante, cesó el flujo de sangre. Y dijo Jesús: «¿Quién es el que me ha tocado?». Como todos lo negaban, dijo Pedro: «Maestro, la gente te está apretujando y estrujando». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viendo la mujer que no había podido pasar inadvertida, se acercó temblorosa y, postrándose a sus pies, contó ante todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo había sido curada al instante. Pero Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Lucas 8, 43 – 48
La imagen es de policraticus en cathopic
Gracias Marta, por seguir ahí enviándonos tus siempre esperadas reflexiones sobre el evangelio.