Muchos de nosotros nos sentimos en camino. En camino a una mejor actitud hacia los demás. En camino a una mayor intimidad con Dios. En camino hacia una mayor y mejor disposición a la escucha del Espíritu. En camino hacia la construcción de una mejor versión de nosotros mismos. Con muchas dificultades y en ocasiones con tropiezos… pero en camino.
Para ponernos en camino y sentirmos así, hemos tenido que pasar por un estadio anterior, que es saber dónde queremos llegar. Sin un objetivo claro, sin una meta que querer alcanzar, estaríamos emprendiendo un bonito viaje hacia ninguna parte, avanzando en una u otra dirección a merced de las oportunidades que se pudieran ir presentando o a merced de las modas de turno.
La meta a la que hoy sabemos que nos gustaría llegar es la que nos enseñó Jesús con sus palabras y con sus obras. Es ese Reino en el que el amor será lo único que guíe nuestros pasos: el amor a Dios y el amor a los demás. No es una utopía. No es un sueño infantil. No es una aspiración naif. Es algo posible para todos.
Ese camino no será fácil. A veces seremos nosotros quienes fallemos cuando se presenten en nuestra vida las dificultades, o cuando caigamos en tentación, o cuando nos venzan nuestras miserias o cuando nos dejemos seducir por los espejismos del mundo. En otras ocasiones haremos las cosas bien, sabremos ir contracorriente y sufriremos al sentir el rechazo del mundo y de algunas de las personas que nos rodeen. Como antes que nosotros sufrió Jesús.
A lo largo del camino sentiremos nuestra pequeñez muchas, muchas veces, cuando tomemos conciencia de las limitaciones que nos acompañan. Recibiremos ayuda de las personas que nos quieren y también de ese Dios que es, sobre todo, Padre y está deseando perdonarnos, acogernos, guiarnos y echarnos un capote para que podamos continuar con nuestro caminar.
No tenemos que tener prisa por llegar. Las prisas no son buenas compañeras de viaje, ni en las cosas importantes ni en las cosas pequeñas, más propias del día a día. ¿Por qué no disfrutar de todas esas pequeñas grandes maravillas que nos ofrece el camino en si mismo?
Tampoco debemos acomodarnos, dejando para más adelante en nuestra vida lo que debería ser lo esencial. No hay excusa posible ni debemos desperdiciar el tiempo que Dios nos tendrá en este mundo. Porque no sabemos ni qué circunstancias serán las que rodearán nuestra vida en el futuro ni cuánto tiempo será el que estemos por aquí.
Podemos mirar atrás, pero teniendo muy presente que lo que pasó es algo que ya nunca volverá. Si miramos hacia atrás no debería ser para añorar lo pasado ni para desear que vuelva. Más bien debería servirnos para sentirnos agradecidos por tanto, para reforzar nuestros aciertos y para aprender también de nuestros errores. Mirar atrás debería ayudarnos a tomar impulso para llegar más lejos.
El camino merecerá la pena. Es cierto que el amor no debe buscar remuneración: tan solo debe buscar ver al otro atendido. Pero no es menor cierto que vivir para los demás tiene consecuencias para quien así vive. Una de ellas, importantísima, bien conocida por todos, es el Paraíso que nos esperará tras nuestro paso por esta vida. La otra, quizás menos conocida, será el regalo de empezar a vivir una vida con mucho de sobrenatural ya desde aquí. Es algo que el mundo no sabe ver y ni siquiera entiende, pero que nos hará vivir sintiendo que todo tiene sentido.
La imagen es de Free – Photos en pixabay
Precioso mensaje que debemos analizar desde muy dentro para ponerlo en práctica siempre que podamos. Está muy claro para un creyente que reconoce sus muchas faltas pero tiene su esperanza puesta en Dios.
Importante mensaje, que ofrece una vía alternativa más vitalista y real que los famosos versos de santa Teresa: Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero.