Vivimos en una sociedad en la que se ha impuesto el individualismo y el egoísmo. Es habitual entre nosotros ocuparnos de nuestro círculo más cercano: nuestras familias y los amigos íntimos. Sin embargo, más allá de ese círculo, no solemos preocupamos demasiado de quienes nos rodean; más bien nos conformamos con no hacer mal a nadie, lo que es un criterio tan de mínimos, tan de mínimos que resulta, a todas luces, mediocre. Es un criterio está lejos -lejísimos- de la propuesta que nos hacen desde el Cielo, que es la de hacernos prójimos los unos de los otros, dando su justo valor a la comunidad.

Jesús nos invita a ocuparnos de los demás. De todos los demás

Dejando a un lado ese «primero yo, luego yo y después yo» tan egoísta que tanto se ha impuesto entre nosotros, e involucrándonos en la vida de las personas que nos rodean, y mirando mucho más allá de nuestro núcleo más próximo. ¿Por qué no mirar como hermanos a las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida, haciendo de sus problemas los nuestros y de sus alegrías también las nuestras?

Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas«

Evangelio Mateo 7, 12

También nos invita a rezar en comunidad

La oración en comunión es una forma de oración muy especial, porque es también una forma de caridad; una forma de apoyarnos; una forma de demostrarnos amor unos a otros.

La oración en comunión facilita, en un solo acto, hacer vida la doctrina de Jesús en sus dos direcciones: el amor a Dios y el amor a los hombres. Y cuando es el amor lo que nos une, es el mismísimo Jesús quien nos une. Es su Espíritu el que nos entrelaza con unos lazos más fuertes, incluso, que los lazos de la sangre.

¡Cómo va a resistirse el Padre a una oración así!

«Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»

Mateo 18, 19 – 20

¿Por qué no seguir el ejemplo que nos dejaron los apóstoles y los primeros cristianos?

El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado 

Hechos de los Apóstoles 4, 32 – 33

¿Por qué no sentirnos Iglesia?

La Iglesia es esa comunidad de la que podemos sentirnos parte personas de muy distintas sensibilidades y muy distintas visiones, a las que nos une el haber tomado la determinación de querer vivir la vida desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres.

Gracias a su diversidad, podemos sentir la Iglesia como lugar de acogida y lugar de encuentro para todos. Con sus muchas luces y con sus muchas sombras la iglesia es, también, nuestra familia y nuestro hogar. Un hogar y una familia de los que debemos sentirnos corresponsables, a los que debemos cuidar y a los que debemos sacar adelante. También todos aquellos que, sin tener vidas consagradas, nos tomamos en serio a Jesús y a su Evangelio.

Si de verdad nos ocupásemos unos de otros, y si pusiéramos siempre el bien común por delante de nuestros intereses particulares, el mundo nada tendría que ver el que conocemos hoy.

Pero pretender cambiar nosotros las reglas que rigen el funcionamiento de nuestra sociedad es algo que se nos hace bastante imposible. En su defecto, hay algo que sí que está en nuestra mano hacer y es cambiar nosotros. E ir viviendo, cada vez más, desde el amor. Contribuiremos así también a ir transformando poco a poco los entornos y las comunidades en los que cada uno nos movemos.

El resto, podemos dejarlo, tranquilos, en manos de Dios.

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