Paciencia

La paciencia es esa virtud que tienen quienes se enfrentan a las adversidades con fortaleza y sin lamentarse y que saben, también, esperar.

Es una virtud muy valiosa. Buena para aquellos que la poseen, porque es generadora de paz, y mejor aún para los que les rodean quienes, lejos de recibir juicios y reproches por sus faltas, sienten comprensión ante sus debilidades.

Son muchas las ocasiones en las que Jesús se muestra paciente con sus apóstoles quienes, a pesar de lo intenso de la convivencia con su Maestro, demostraban una y otra vez no comprender su doctrina:

Mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda»

Evangelio Mateo 20, 17 – 22

Muestra este pasaje cómo Jesús, ya cercano a lo que iban a ser las horas más duras de su vida en la tierra, comparte con los suyos lo que le esperaba. Tenía que sentirse terriblemente angustiado ante el tremendo dolor -del cuerpo y el alma- que iba a tener que padecer, pero estaba dispuesto a cumplir la voluntad del Padre hasta el final.

No había terminado Jesús de compartirles cómo iba a ser condenado y torturado cuando los Zebedeos y su madre le piden los primeros puestos en su reino.

La solicitud no pudo ser más desacertada, por el momento tan inoportuno en el que fue formulada. Demostraba cómo los Zebedeos pensaban tan solo en su propio interés, demostrando una tremenda falta de sensibilidad hacia su Maestro.

Fue también desacertada porque con tal petición también mostraban que aún no habían entendido lo más esencial de su doctrina, que nos propone negarnos a nosotros mismos y que tan claramente nos invita al servicio a los demás.

Jesús, lejos de enfadarse, lejos de reprocharles su inoportunidad, su torpeza y su falta de entendimiento, comprende sus limitaciones y les explica, paciente, una vez más, que en el orden del cielo el primero es el que más ama y, por lo tanto, el que más sirve.

El comportamiento de muchos de nosotros está lejos -muy lejos- del que entonces tuvo Jesús:

Porque vivimos con prisa. Y atender bien al otro requiere de un estado personal y de una disposición del corazón que, en mi opinión, la prisa dificulta enormemente. 

La prisa, además, nos genera sensación de agobio y nos roba la paz. Paz que, si no tenemos, de ninguna manera podremos dar.

Porque son muchas las veces no nos ponemos en la piel del otro para entender sus porqués. Cuando ese con el que nos estamos desesperando es posible que tenga unas capacidades más limitadas, como en este caso ocurría con los Zebedeos, o que esté atravesando un momento difícil.

Porque una vez que perdemos la paciencia, además de reprochar al otro la torpeza o la falta que haya podido cometer, solemos descargar también sobre él otros malos rollos o miserias que llevamos en el corazón, de los que no tiene ninguna culpa.

Y luego, eso sí, nos arrepentimos. Y pedimos perdón. Pero las palabras ya quedaron dichas y el daño quedó hecho.

Cultivar la paciencia es posible. Pero hay que querer. Quizás podamos empezar por tratar de juzgar menos lo que hacen los demás. Y, en lugar de fijarnos tanto en lo que hacen mal o en lo que deberían ser, tratar de mirarlos con un poco más de empatía.

La imagen es de Hans en pixabay

3 comentarios

  1. La paciencia es un don que unos tienen. Pero me he dado cuenta leyéndolo, que poco a poco voy siendo más paciente, más comprensiva etc. y es porque quiero amar cada día más.
    Qué bien poder ver mis equivocaciones, así podré comprender a los demás cuando se equivoquen.
    Os deseo paz

  2. Para poder reflexionar sobre este pasaje de san Mateo, conviene recordar que los hijos de Zebedeo son Santiago y Juan, que, junto con Pedro, parece que gozaron de ciertas preferencias por parte de Jesús; y también, que cuando su madre, llamada Salomé, se dirige a Jesús, no lo hace por propia iniciativa sino porque se lo piden sus hijos.

  3. Gracias Marta, una vez más, por ayudarnos a reflexionar y ver eso que esta prisa diaria y todo este ruido nos quita, tratando de mejorar poco a poco, día a día siguiendo a Cristo.

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