Evangelio apc Bengala

La vida, lejos de ser algo lineal, es todo un vaivén de avances, de retrocesos, de aprendizajes, de alegrías, de desencantos, de aciertos, de equivocaciones, de retos, de logros, de fracasos, de ilusiones, de sueños, de planes y de responsabilidades. Y surfeando entre sus olas, y casi sin que nos demos cuenta, nos van pasando los días, nos van pasando los meses e incluso hasta nos van pasando los años.

Pese a ese no parar y pese a su variedad de etapas, de vivencias, de emociones y de sentimientos, muchos de nosotros echamos de menos algo: algo que no sabemos muy bien qué es y a lo que ni siquiera somos capaces de ponerle nombre.  

Y ese algo no es otra cosa que la necesidad de tener una vida con sentido. Necesitamos sentir que todo tiene un porqué y un para qué y que nuestra existencia no va pasando sin más. Tenemos sed de esperanza.

Cuando se nos presenta ese sentimiento podemos tratar de apartarlo de nuestros pensamientos y de nuestro corazón. Pero si ha llegado una vez volverá una segunda. Y una tercera. Y seguirá viniendo hasta que lo enfrentemos y tratemos de darle respuesta llenando ese hueco que siempre existe en la vida cuando no se vive con plenitud.

Podemos tratar de llenarlo con diversión. Podemos tratar de llenarlo permitiéndonos caprichos, ropa, tecnología o lo que quiera que a cada uno nos guste tener. Podemos tratar de llenarlo con viajes, cenas, lecturas o cines. Podemos tratar de llenarlo haciendo deporte y cuidándonos más. Podemos tratar de llenarlo con… Lo mismo da. Por muy bien que lo pasemos, más cosas que nos compremos o más que nos cuidemos, el hueco no se llenará.

El hueco solo se llena del todo haciendo vida la doctrina que Jesús vino a traernos.  El hueco se llena viviendo desde el amor. El hueco se llena viviendo la vida ordinaria con un corazón extraordinario, cada uno en las circunstancias que tenga. Así de sencillo, así de profundo, así de rompedor, así de retador. De ahí las palabras de Jesús:

El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. (Evangelio Juan 7, 37 – 39).

En España ser cristiano ya no está de moda. No es tendencia. No es «cool». No es algo atractivo, muy especialmente entre los más jóvenes. Mientras que 50 años atrás había que justificarse por no ser cristiano, ahora, los que lo somos – o aspiramos a serlo –  casi casi, en según que círculos, tenemos que justificarnos por serlo. Como país mantenemos, eso sí, preciosas tradiciones en torno a la Navidad o a la Semana Santa, pero «lo cristiano» no es algo que se respire en la vida cotidiana en los distintos entornos en los que cada uno nos vamos moviendo.

Está claro que algo estamos haciendo mal dentro de la Iglesia a pesar de que a la cabeza contamos con un papa rompedor como lo fue Jesús, valiente como lo fue Jesús, creíble como lo fue Jesús y con una clarísima opción preferencial por los más vulnerables como antes que él tuvo Jesús.

Y está claro también que quienes nos reconocemos públicamente como cristianos en ocasiones damos anti testimonios con nuestras acciones y nuestro estilo de vida, que hacen que el cristianismo no sea atractivo para quienes nos rodean.

Pero ni una Iglesia mejorable ni unos cristianos que en muchas ocasiones no damos la talla invalidan la propuesta que nos trajo Jesús, que es algo que está muy por encima de las pequeñas y grandes miserias que tenemos los hombres. Su promesa siempre se ha cumplido y siempre se cumplirá:

Quien viva desde el amor, quien viva para los demás, dotará a la vida de todo su sentido, de toda su plenitud, sentirá el Espíritu de Dios en su interior, será feliz y hará felices a los que le rodeen. 

La imagen es de Free-Photos en pixabay

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