Las personas que tienen limpia la mirada y el corazón son aquellas personas que, lejos de ser malintencionadas, actúan siempre con buena intención al juzgar y al opinar. Son personas que se mantienen siempre leales a los demás y leales a sus principios. Y son también personas que reconocen cuándo no se han comportado como deberían haberlo hecho, saben pedir perdón y, de la misma manera, saben perdonar a quienes no se comportaron bien con ellos.
Resultan personas confiables, idóneas para compartirles nuestros problemas o nuestras preocupaciones e idóneas también para pedirles opinión, porque sabemos que siempre nos hablarán desde el respeto y nos dirán lo que de verdad piensan y no aquello que a nosotros nos gustaría oír o aquello que les resulte más conveniente.
Estas personas reciben con facilidad el Evangelio, porque tienen el corazón y la actitud adecuados para que su semilla brote y crezca. Por eso Jesús los ensalza y por eso, en el Sermón del Monte los llama bienaventurados:
«Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Evangelio Mateo 5, 8).
Las personas limpias de corazón no abundan en nuestra sociedad. Más bien son especímenes raros de encontrar. Porque entre nosotros es tremendamente común la doble intención, es tremendamente común que nos justifiquemos con razones que no son las verdaderas y es tremendamente común que no vayamos de frente y que tratemos de conseguir lo que queremos a base de medias verdades, manipulando personas o manipulando situaciones. Para no revelar lo que somos, para no revelar nuestro verdadero yo, para no revelar lo que de verdad queremos, para no revelar lo que de verdad sentimos y para no revelar lo que de verdad nos mueve, que en muchos casos no es más que la envidia o cualquier otra de nuestras miserias.
Ese comportamiento con dobleces y segundas intenciones está tan extendido que para poder sobrevivir en nuestra sociedad tenemos que conocerlo bien, lo que en ocasiones trae consigo el que incluso terminemos mimetizándonos con él, siendo parte de él. Porque, por ser algo ya incluso cultural llega a parecernos normal. Y por ser normal ha dejado de parecernos incorrecto.
Pero no debemos mimetizarnos. Quienes queremos ser cristianos, quienes pretendemos que ese cristianismo sea algo relevante en nuestras vidas, debemos tener criterio para distinguir lo que está bien de lo que está mal. Y, sobre todo, debemos ser coherentes y no dejarnos llevar por los valores que se han acabado imponiendo en nuestra sociedad ni por las modas de turno. Siendo muy conscientes de que la coherencia lleva consigo el tener que ir muchas veces contracorriente y lleva consigo más de un disgusto. Pero ¿quién dijo que seguir a Jesús y seguir su Evangelio fuera a ser un camino de rosas? Me temo que Jesús, más bien, advirtió sobre todo lo contrario:
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.» (Evangelio Juan 15, 18 – 21).
Quienes se mueven en el mundo buscando fundamentalmente su interés, suelen sentirse incómodos con aquellos que se mueven por amor. Porque, aún sin pretenderlo, hacen visible su mal proceder.
Como incómodos – incomodísimos – hizo sentir Jesús a los fariseos haciendo visible su despreocupación por ese pueblo al que en teoría guiaban y haciendo visible también su interés en disfrutar de una buena posición social. Y tanto fue así que no pararon hasta verlo clavado en una cruz.
En mi opinión no debemos preocuparnos por esto. Es una realidad que sabemos que está ahí y que ahí va a seguir. Simplemente debemos ser conscientes de que no seremos bien vistos por todos y que siempre tendremos personas que no nos querrán bien. Sin más. Y sin menos.
A pesar de las dificultades que sabemos que conlleva, seguir el Evangelio – o, al menos tratar de hacerlo – siempre merecerá la pena. En la otra vida y también en ésta. Porque haciéndolo contribuimos a que el mundo sea un lugar mejor, porque da sentido a nuestra vida y porque son muchas las alegrías que nos genera y, sobre todo, las que genera a quienes nos rodean.
La imagen es de bea_marques en pixabay
UNA MIRADA LIMPIA
Marta que gra verdad!!! Los limpios corazón van viendo y sintiendo, lo que muchos ni lo notan.
Yo le pido a nuestro Padre que yo sea más paciente que no me moleste lo que que dicen.
Que llevemos Paz y Misericordia.
Un abrazo y que os Bendiga Dios