En los últimos días he oído varias veces una frase muy extendida entre nosotros y que a mí personalmente me horroriza: «piensa mal y acertarás». ¡Ahí es nada!. Toda una invitación a desconfiar y a pensar mal del otro por sistema y a no concederle siquiera el beneficio de la duda.
Todo lo contrario a lo que nos enseñó Jesús.
En esto le presentaron un paralítico acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad e la tierra para perdonar pecados – entonces dice al paralítico -: «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa». Se puso en pie y se fue a su casa. (Evangelio mateo 9, 2 – 8).
Narra este pasaje del Evangelio el caso de un paralítico que es llevado ante Jesús para ser curado. Acuden con fe ante el Maestro tanto el enfermo como sus acompañantes.
Jesús al ver al paralítico, tras sus palabras «¡Ánimo hijo!» – más propias de una madre a hijo que de una persona hacia otra a la que nunca antes ha visto – , para sorpresa tanto del paralítico como de sus acompañantes, le regala lo que no habían ido a buscar: su salud espiritual.
Los escribas que aparecen en este pasaje ya tenían enfilado a Jesús y ya andaban buscando cómo deshacerse de él. Sus corazones eran malos y como tales respondieron al regalo del Maestro al paralítico: malpensados, venenosos y creyendo, satisfechos, haber encontrado a qué agarrarse para desprestigiarle.
Como el perdón de los pecados es algo que no se ve y no se puede demostrar, Jesús – sagaz y valiente – decidió hacerles ver que tenía poder para perdonar los pecados regalando también al paralítico una curación física que no podrían negar.
Muchos años han pasado de este episodio y nuestra manera de reaccionar y de comportarnos sigue siendo en muchos casos como la de los escribas de este pasaje.
Hay ocasiones en las que está justificado, justificadísimo, el que pensemos mal de otro. Si, por ejemplo, sabemos que ese otro habitualmente miente o es un fanfarrón. Pero no es ese el caso que de este Evangelio ni el que estamos tratando aquí.
A muchos de nosotros nos sale de primeras ese pensar lo peor del otro sin tener motivos fundamentados para pensar así. Y en estos casos el mal pensamiento lo que está retratando es nuestro mal corazón. Porque es de un mal corazón desde donde sale la mala intención al juzgar.
En mi opinión vale la pena que hagamos el esfuerzo de reflexionar, siendo sinceros con nosotros mismos, sobre cuál es nuestra tendencia habitual:
Si tendemos a confiar, a tratar de ponernos en la piel del otro, en lo que siente y en los porqués de su comportamiento; si tendemos a conceder por adelantado una oportunidad, una disculpa o el beneficio de la duda. O si, por el contrario, habitualmente desconfiamos, pensamos mal o tenemos al otro juzgado antes siquiera de que abra la boca. Estaremos encontrando pistas claras de cómo de bueno o malo es nuestro corazón.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Evangelio Mateo 5, 8) fue una de las frases que pronunció Jesús en el Sermón del Monte refiriéndose, precisamente, a las personas de buena intención, nobles y leales a la verdad. Esas personas, precisamente por el hecho de ser limpias de corazón, tendrán una enorme facilidad para vivir el mensaje de Jesús y comenzar a disfrutar de algunas de las bondades del Cielo ya en la tierra.
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Siempre me ha llamado la atención la habilidad dialéctica que Jesús demuestra en algunas ocasiones para dejar sin argumentos a sus adversarios. Una de ellas la vimos hace unas semanas cuando dice «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra»; otra acabamos de verla con la intervención de hoy, «qué es más fácil, decir tus pecados te son perdonados o decir levántate y anda». Ambas, desde el punto de vista dialéctico son para descubrirse. Todos tienen que callarse.
BIEN!!!
Nunca me gustó esa frase «piensa mal y acertarás» y ahora me repele.
Gracias por saber captar y vivir lo que es ser de Dios