Tenemos una expresión que dice que «no hay peor ciego que el que no quiere ver«. La usamos frente a casos de personas que no quieren reconocer la verdad porque les da vergüenza, porque les da miedo enfrentarse a ella o porque se quedan más tranquilos creyendo su propia mentira. Resulta una actitud tremendamente infantil, porque por el hecho de no mirar una realidad, la realidad ni cambia ni desaparece. Sigue ahí.
Hay un pasaje en el Evangelio en el que podemos ver una actitud de ceguera por parte de unos fariseos. En mi opinión merece la pena reflexionar sobre ella y tratar de llevarnos esas reflexiones a nuestra realidad. ¿Nos comportamos en ocasiones también nosotros como ciegos que no quieren ver?
Y al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, quién peco: éste o sus padres para que naciera ciego?»: Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé». Él fue, se lavó, y volvió con vista. (…). Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. (Evangelio Juan 9, 1 – 17).
Cambia Jesús con este milagro radicalmente la vida de su destinatario, ciego de nacimiento, regalándole la vista. Y una parte de los fariseos no quiere reconocer la mano del Padre en la sanación por mucho que sea algo imposible a la medicina humana. Como el milagro ha sido público y patente, se agarran al hecho de que ha sido hecho en sábado – su día de descanso – para argumentar que no puede venir de Dios.
Jesús explicaría en otra ocasión que «el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado» (Evangelio Marcos 2, 27), refiriéndose, precisamente, a que el descanso ha de estar al servicio del hombre y no al revés. El mensaje que trae Jesús no suprime los cientos de preceptos y leyes que tenían los judíos. Más bien todo lo contrario: porque el amor a Dios y a los demás es algo por encima de todos ellos y que les da su pleno sentido. Tener un día de descanso habitualmente es lo ideal … pero en algunas ocasiones no será lo que más convenga.
En cualquier caso, lo mismo da: esos fariseos que no quisieron reconocer la mano de Dios en el milagro, se hubieran agarrado igualmente a cualquier otra excusa para no hacerlo. Detrás de su actitud, detrás de su comportamiento, lo que realmente había era un profundo temor a que Jesús, con sus ideas y su «tirón», hiciese temblar los pilares en los que se asentaba su privilegiada posición social. No hay más ciego que el que no quiere ver y éstos fariseos, claramente, no querían ver.
A día de hoy y desde nuestra posición nos parece bastante evidente la insensatez de estos fariseos. Pero nuestro comportamiento no está tan lejos del suyo en muchas ocasiones, en las que nos agarramos a la excusa que sea con tal de justificar nuestra indiferencia ante los problemas de los demás, con tal de justificar lo poco que hacemos por el otro, con tal de conseguir a toda costa nuestro bienestar y con tal de conseguir quedar bien.
Un amigo mío solía decir que «a Dios no se le meten goles«. Refiriéndose, precisamente, a estos casos en los que podemos engañar a los demás acerca de nuestras razones últimas para actuar de una manera o de otra e incluso podemos engañarnos a nosotros mismos. A Dios, sin embargo, no le podremos engañar jamás, porque Él conoce la verdad y lo que cada uno de nosotros llevamos en el corazón.
Más nos valdría hacer un ejercicio de sinceridad con nosotros mismos y reconocer qué es lo que de verdad nos mueve y qué es – aunque no nos guste – lo que de verdad tenemos en el corazón. Porque es lo primero que necesitamos para poder mejorar y seguir avanzando en el apasionante camino del amor.
La imagen es de Kumar’s Edit en Flickr
Lo que llamamos «mirar para otro lado» no siempre es algo que se haga por negligencia o desinterés. Creo que también es un mecanismo de regulación de la toma de decisiones, que nos permite, sin brusquedades, no desviar nuestra atención desde las actividades que tenemos entre manos, hacia otras que en algunos momentos puedan resultarnos más colaterales.