En la sociedad en la que vivimos a más de uno se nos llena la boca exigiendo nuestros derechos a quienes nos gobiernan o a quienes nos quieran escuchar. Reclamamos el derecho una vivienda digna, el derecho a la sanidad, el derecho a la seguridad, el derecho a la libertad, el derecho a la vida o el derecho a la justicia. Y entre nuestros derechos, venimos colando últimamente el derecho a la felicidad, ¡como si ésta fuera algo que el estado o la sociedad nos pudieran garantizar!
Exigir nuestro derecho a la felicidad, en mi opinión, es algo tremendamente ingenuo. Podríamos exigir, todo lo más, el derecho a poder buscarla. Y, ahí ya sí, que cada uno la busque donde crea que la puede encontrar.
Habrá quien la buscará en el dinero, habrá quien la buscará en el poder, habrá quien la buscará en el éxito profesional, habrá quien la buscará en la popularidad, habrá quien la buscará en los caprichos, habrá quien la buscará en eso a lo que llamamos bienestar, habrá quien la buscará en la belleza y habrá quien la buscará en el amor.
Exigir que se cumplan nuestros derechos es importante. Cómo no. Pero igualmente importante es que cumplamos con las obligaciones y responsabilidades que también tenemos como ciudadanos y como personas: pagar impuestos, trabajar duro o comportarnos de una manera responsable con las personas y con el planeta. ¡Que este mundo necesita de las manos y del compromiso de todos nosotros para salir adelante! ¡Que no es coherente vivir exigiendo derechos mientras no cumplimos con nuestros deberes!
Quienes nos decimos cristianos, o aspiramos a serlo algún día, tenemos un reto adicional y es el de llegar a vivir nuestra vida desde el amor. Vivir desde el amor 24 horas al día y 7 días a la semana. Vivir desde el amor en todas esas pequeñas grandes actividades con las que se configura nuestra vida cotidiana e incluso también en el trabajo. Vivir desde el amor cuando nos relacionamos con compañeros, conocidos, desconocidos, amigos o familia.
Cuando de verdad así vivamos, cuando nos vayamos acercando a eso que Jesús llamaba ser sal de la tierra y ser luz del mundo, nos encontraremos con una preciosísima sorpresa: nos encontraremos con la felicidad. Sin tener que exigirla. Sin haberla buscado siquiera. Porque la felicidad no es un derecho sino una consecuencia.
La felicidad -la felicidad verdadera, esa que más bien es un estado del alma- es una consecuencia del amor, de la entrega, del servicio. No hay más. Ni menos.
Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.
Juan 13, 14 – 17
La imagen es de jyliagorbacheva en pixabay
Pues si, solo viviendo con la mejor disposición hacia las personas y el entorno, podemos encontrar la felicidad
Que gran reflexión y mensaje para este día, ayúdanos Señor a ponerlo en practica con nuestro prójimo todos los días. Gracias!