Uno de los pasajes más conocidos del Evangelio es el pasaje en el que Jesús da de comer a una multitud de más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Para hacerlo, el Maestro toma los cinco panes y dos peces que le dieron los discípulos, levanta la mirada al cielo y pronuncia una bendición. Comieron todos hasta saciarse y aún recogieron doce cestos llenos de sobras.
¡Doce cestos llenos de sobras! Ciertamente, cuando desde el Cielo dan, siempre lo hacen a manos llenas.
El problema, creo yo, es que nosotros, muchas, muchas veces, no sabemos apreciar tantísimo como se nos regala.
En ocasiones, es nuestro estilo de vida acelerado el que nos impide ver buena parte de todo eso que nos dan desde el Cielo. Nuestras agendas imposibles y las prisas con las que habitualmente nos movemos por la vida, lo cierto es que nos llevan, aunque no nos demos cuenta, a un estado de tensión que nos inhabilita para estar receptivos, nos inhabilita para ver más allá de la tarea y nos impide saborear los matices y los detalles de lo que estamos viviendo.
Ese estado acelerado también dificulta enormemente que podamos llevar a cabo nuestras acciones poniendo en ellas todo el cariño y todo el amor que podríamos y deberíamos poner; lo que tiene delito, porque sabemos que es precisamente eso lo que marca la diferencia en el estilo de vida del cristiano.
Por otro lado, buena parte de nosotros solamente sabemos sentirnos agradecidos cuando las cosas nos van como a nosotros queremos que nos vayan. Nos cuesta mucho sentirnos también agradecidos cuando no entendemos los tiempos de Dios o sus aparentes silencios. Porque en el fondo no nos creemos que cuando Dios no nos da, también nos da. Nos falta Fe. Mucha.
Pero lo cierto es que Dios nos cuida tanto en los días de triunfos como en los días grises, los días de rutina, los días de problemas, los días de fracasos y los días en los que parece que todo nos sale al revés. Siempre está ahí, en la retaguardia, y muy especialmente cuando las cosas no nos van todo lo bien que nos gustaría.
También nos cuesta interiorizar que eso que se nos regala son casi siempre cosas que, aunque son realmente valiosas, son aparentemente pequeñas, a las que damos poco valor porque solemos tener ahí siempre con nosotros. ¿Por qué no reconocer también a Dios en la vida cotidiana? Levantarnos por la mañana después de haber dormido super bien, dar un paseo bonito, compartir una conversación agradable, tener la oportunidad de echar una mano a alguien o sentir gestos de cariño de las personas que nos quieren son pequeños regalos que todos recibimos, que nos pueden acercar también al Cielo.
Al hilo de esto último, os comparto una inspiradora canción de Hakuna titulada «Olor a tostadas«:
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Mateo 14, 14 – 21
La imagen de la cabecera es de Hans en pixabay
Me encantan los jueves! ♥️♥️♥️