Muchas veces buscamos de Dios respuestas que nos ayuden a tomar decisiones importantes; queremos saber qué es lo que quiere de nosotros, qué es lo que debemos hacer, qué es lo que más conviene, cuál es la mejor opción; y se lo preguntamos.
En ocasiones recibimos la respuesta deseada y sentimos un fuerte tirón para decidir en un determinado sentido. Y cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que andamos por el buen camino. Y cuando vamos avanzando en esa dirección, lo constatamos aún más. Y nos invade esa tranquilidad y esa paz que deja la certeza de estar acertando con la decisión tomada.
Sin embargo en otras ocasiones Dios no nos contesta: nos encontramos con su silencio por respuesta. No vemos clara cuál es la mejor opción y nos quedamos un poco como perdidos, sin saber muy bien qué hacer.
¿Son los silencios de Dios compatibles con las palabras de Jesús?
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. (Evangelio Mateo 7, 7 – 8).
Esas palabras constituyen una promesa que hizo Jesús a los suyos y que quedó recogida en el Evangelio para hacerla extensiva también a nosotros. La creemos por la Fe. Y sentimos que es rigurosamente cierta porque nos lo dice el corazón… o quizás sea el espíritu soplando en él.
Dios es, sobre todo, Padre. Un padre que nos quiere mucho más de lo que jamás hayamos podido imaginar. Un padre que siempre está atento a lo que necesitamos. Y un padre que siempre, siempre, siempre nos escucha. ¿Qué pasa entonces cuando necesitamos sus respuestas, le preguntamos y nos encontramos con su silencio?
Cuando esto ocurre – lo que en mi caso se da con mucha más frecuencia de la que me gustaría – una de las cosas que suelo preguntarme es si estoy «sintonizando» a Dios, o no. Porque no basta con preguntarle: hay que tener la disposición de estar atento, estar receptivo y escuchar. Y la vida que llevamos, en la que vamos corriendo prácticamente durante todo el día entre obligación y obligación, la verdad es que no lo favorece demasiado. Sintonizar a Dios requiere de paz en el corazón y de eso a lo que ahora llamamos «escucha activa», puesto que muchas veces es a través de otras personas como nos habla. Difícilmente recibiremos su respuesta si andamos dispersos, si andamos acelerados, si andamos enfadados con la vida o si andamos con el corazón envenenado por la razón que sea.
En algunas ocasiones Dios se vale de sus silencios para hacernos crecer en la Fe. Él no nos contesta y nosotros con más intensidad preguntamos. Y sigue sin contestarnos y seguimos, pacientes, esperando que llegue el momento. Y continuamos sin respuesta y perseveramos; sabedores de que los tiempos de Dios nada tienen que ver con nuestros tiempos y confiando en que tendremos nuestra respuesta en el momento en el que más nos convenga. En estos casos, podemos estar seguros de que cuando pase el tiempo no sólo nos encontraremos con nuestra deseada respuesta sino que también nos encontraremos con un crecimiento espiritual que raramente tendremos en etapas tranquilas de la vida.
En otras ocasiones el propio silencio es la respuesta. Porque no darnos aquello que no nos conviene es otra forma de darnos (¿damos acaso nosotros a nuestros hijos todo aquello que nos piden?). La buena noticia es que cuando nos mueve la buena voluntad, incluso cuando no elegimos lo que hubiera sido la mejor opción, Dios se las arregla para sacar de ella, igualmente, grandes bienes.
Por otro lado, algunos de nosotros tendemos a olvidarnos de que Dios – ese Padre que tanto nos quiere y que todo lo puede – es, además, infinito. Y lo miramos desde nuestras limitadísimas capacidades, tratando de entender lo que en ocasiones no está a nuestro alcance comprender.
En esos casos podemos – por una vez – ser nosotros quienes hagamos un regalo a Dios: podemos regalarle generosos, sin enfados y sin reproches, nuestra Fe.
La imagen es de Catholic link Español en cathopic
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