A pesar de las dudas, que en ocasiones nos resuenan dentro y nos llevan a desconfiar de un Dios que permite tantas injusticias y tanto dolor en este mundo o a pesar de que a veces podamos tener la sensación de que desde el Cielo no nos escuchan, Jesús nos invitó a saltar al vacío de la Fe y a vivir siempre con la confianza puesta en Dios Padre.
Un Padre cercano que quiere formar parte activa de nuestra vida, al que podemos tratar desde la confianza y desde la seguridad de sabernos queridos.
Un Padre al que no podemos reprocharle que respete nuestra libertad. Y que nos permita, haciendo uso de ella, elegir el egoísmo en lugar de la generosidad, elegir la soberbia en lugar de la humildad, elegir los primeros puestos en lugar del servicio, elegir el consumo en lugar de la austeridad, elegir la frivolidad en lugar de una vida con sentido o elegir mirar para otro lado en lugar de vivir mirando a las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Todos nosotros podemos elegir posicionarnos en un lado o en su contrario. Y porque somos muchos los que escogemos el lado equivocado es por lo que este mundo nuestro está tan estropeado.
Y vivir desde el lado equivocado es un gran error. Porque en esta vida podrá traducirse en contar con placeres pasajeros. Pero nunca, nunca, nunca se traducirá en una felicidad plena. Ni en esta vida ni en la otra.
Vivir desde la Fe está al alcance de todos. De todos los que buscan. De todos los que quieren, de verdad, creer. Porque desde el Cielo salen una y otra vez a nuestro encuentro a lo largo de nuestra vida. Y no importa demasiado si damos nuestro «sí, quiero» en la niñez, en la juventud, en la madurez o en la vejez. Lo importante es dar ese sí.
Vivir, de verdad, desde la Fe obliga a llevar una vida coherente con ella. Lo que siempre ha de traducirse en una actitud de servicio y en tratar de vivir desde el amor: desde un profundo amor a Dios y desde un profundo amor a los hombres.
Vivir desde la Fe es un privilegio durante nuestro paso por este mundo. Es un privilegio siempre, puesto que es todo un lujo el dejar que sea Dios quien lleve el timón de nuestra vida. Pero se convierte en un verdadero tesoro en esas etapas en las que las cosas se ponen feas y necesitamos que desde el Cielo sostengan nuestras fuerzas, nuestra seguridad y nuestra sonrisa.
Haber vivido desde la Fe será un privilegio aún mayor en la otra vida. Esa vida en la que ya no hará falta tener Fe porque estaremos disfrutando de la plenitud, por fin, junto al Padre y junto a todos aquellos que se nos adelantaron en el camino del Cielo.
La imagen es de Sabine_999 en pixabay
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