Muchos de nosotros tenemos la certeza de que la doctrina que nos trajo Jesús es la verdadera. Y tenemos el firme propósito de hacer vida el Evangelio. Pero sentimos que estamos algo estancados. Y vemos cómo se nos pasan los meses e incluso los años sin avanzar demasiado en ese camino del amor al que estamos llamados. Y no terminamos de cruzar a la otra orilla.

Es verdad que son muchas las dificultades que se nos presentan para, de verdad, avanzar:

Las tentaciones y los espejismos del mundo son algo con lo que tenemos que convivir. Y tenemos que ir venciéndolos batalla a batalla. Sin permitirnos el lujo de bajar la guardia tras cada una de ellas, porque sabemos a ciencia cierta que más pronto que tarde se presentará la siguiente.

También tenemos que convivir con nuestras propias miserias. Envidias, soberbias o egoísmos, que tanto condicionan nuestra mirada y las decisiones que vamos tomando.

Las muchas servidumbres que todos tenemos tampoco ayudan demasiado. La sobrecarga de obligaciones es una de las que a mí, personalmente, me parece más peligrosa. Porque teniendo aspecto de inofensiva, lo cierto es que termina dejándonos un estado del cuerpo y del alma tan acelerado que, aún sin quererlo, nos impide tener una buena disposición hacia el otro.

A pesar de todas esas dificultades que desde el Cielo bien saben que tenemos, todos, sin excepción, estamos llamados a cruzar a la otra orilla. Y a cruzar a ella en esta vida. Esa orilla en la que la lógica es diferente de la que tenemos en este querido mundo nuestro que está tan estropeado. Esa orilla en la que miraremos a los otros desde la cercanía, desde la confianza, desde el amor. Esa orilla en la que el más grande es el que más sirve. Esa orilla desde la que nos sentiremos en paz; en paz con nosotros mismos, en paz con el mundo y en paz con Dios.

Cada uno sabemos cuáles son los fantasmas contra los que tenemos que luchar. No nos demos demasiado tiempo a nosotros mismos para meditaciones. No busquemos más excusas. Pongámonos, cuanto antes, sin miedo, rumbo a la otra orilla. Es posible que no sea un camino fácil, pero estaremos bien acompañados en ese caminar.

Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

Marcos 4, 35 – 40

Termino este post con una canción preciosa del Padre Gonzalo Mazarrasa, titulada «A la otra orilla»

La imagen de la cabecera es de 4lb en pixabay

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