El tiempo es algo que tiene un valor muy distinto en las distintas etapas de nuestra vida. Durante la niñez parece que los días son larguísimos, un curso escolar dura una eternidad y se tiene tiempo hasta para el aburrimiento. Sin embargo, cuando llega la edad adulta hay etapas dificilísimas en las que no tenemos tiempo casi para nada y solamente conciliar la agenda profesional con las responsabilidades familiares llega a parecer un sueño imposible. Es en esas etapas en las que tomamos conciencia de que, ciertamente, el tiempo es oro.
Tener tiempo para hacer todo aquello que querríamos es algo que para muchos de nosotros resulta dificilísimo, teniendo los días tan solo 24 horas, de las que buena parte no podemos disponer porque invertimos en cosas tan necesarias como dormir, asearnos, atender la casa o cocinar. Así que no nos queda más remedio que poner todo eso que querríamos hacer en una balanza y empezar a priorizar, atendiendo a los distintos criterios que a cada uno nos resultan más convenientes.
Un criterio que solemos usar para priorizar qué hacer y qué no es la importancia que cada asunto tiene para nosotros. Terminar nuestros estudios, trabajar para ganarnos la vida y pasar tiempo con nuestras familias y amigos, suelen estar entre esas cosas importantes a las que queremos dar cabida en nuestra vida. Y como tales, las encajamos las primeras.
Otro criterio que todos usamos para priorizar es la urgencia. Hay asuntos que hay que atender muy rápidamente porque, de no hacerlo, ya no podremos acometer. No son necesariamente importantes… pero se cuelan en nuestra vida y en nuestra agenda y los atendemos porque no nos queda más remedio, aunque nos obliguen a dejar aparcado temporalmente todo lo demás.
Emergencias siempre hay. ¡Cómo no! No podemos tener todo controlado y hay asuntos que se pueden presentar en nuestra vida por sorpresa. Pero es necesario que tratemos de organizarnos bien, para que lo urgente no termine robando el tiempo a lo importante de manera permanente, porque terminará llevándonos a un desequilibrio que, más pronto que tarde, nos dará problemas.
Hay un tercer y un cuarto criterio, íntimamente relacionados entre sí, que muchos de nosotros solemos dejar atrás, y que posiblemente deberíamos tener mucho más presentes: ¿qué es lo importante para Dios? y ¿qué es lo importante para las personas que nos rodean?
Es bueno que dejemos espacio en nuestra vida para pasarlo con Dios: para confiarle nuestras cosas, para pedirle apoyo, para desahogarnos, para pedirle luz, para pedirle bienes para otros o, simplemente, para estar con Él sin más. Pero sabemos también que lo que más le gusta a Dios es que cuidemos de sus hijos: todas esas personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida y que en ocasiones necesitan de nuestro apoyo. ¿Cómo no estar abiertos a cambiar de planes, reorganizarnos y regalarles el tiempo y el apoyo que necesiten?
Priorizar es una manera de elegir. Elecciones con las que nos vamos abriendo unas puertas y nos vamos cerrando otras, que habitualmente ya no tendremos la oportunidad de volver a abrir. Porque podrán en algunos casos volver a presentarse, pero nosotros habremos evolucionado, el contexto también y ya no será igual. Los matices serán diferentes.
Es verdad que el tiempo es un bien escaso. Escasísimo. Pero no es menos cierto que para aquello que de verdad nos interesa terminamos liberándolo. Y por aquello en lo que finalmente invertimos nuestro tiempo también se ve qué clase de personas somos, qué es lo que de verdad nos importa y qué llevamos en el corazón. Porque, si habitualmente sacamos tiempo para descansar, para ir de vacaciones o para ir de compras, pero no encontramos nunca el momento de sacar tiempo para estar con Dios o para atender a los demás, lo que estaremos demostrando es que nuestra prioridad somos nosotros mismos y nuestro bienestar. Digamos lo que digamos.
La imagen es de congerdesing en pixabay
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