Evangelio Lucas 16, 19 – 25. 27 – 31 «Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas»
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
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A los hombres nos dota Dios con distintas capacidades, dones y circunstancias. Y cómo Jesús nos invita a que esos talentos – cada uno los que tenga y que en unos casos serán cinco, en otros dos y otros uno – los pongamos al servicio de los demás.
La riqueza es una de esas circunstancias. Una circunstancia que en sí misma no es ni buena ni mala: lo que es bueno o malo es el corazón de quien la posee.
Un rico de buen corazón, gracias a su riqueza, puede pasar por la vida remediando muchos problemas y estrecheces. Siendo esto así, ¿por qué entonces Jesús previene tantas veces sobre la riqueza en el Evangelio?
¿De qué se nos pedirá cuentas?
Posiblemente a muchos de nosotros la muerte nos impone mucho respeto. Por miedo a lo desconocido, por un lado, pero también – por qué no decirlo – por miedo a que ese balance que sabemos que se hará al final de nuestra vida, no nos salga demasiado favorable.
Ese balance, esa especie de examen que tendremos que pasar, tendrá una única pregunta. Y la pregunta la sabemos ya: ¿cómo te portaste con los demás? (¿tuviste corazón para ellos?, ¿te preocupaste por ellos?, ¿te ocupaste de sus cosas? …). Uff!!
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