Cuenta un pasaje del Evangelio que en cierta ocasión Jesús curó a la suegra de Simón, que tenía una fiebre muy alta. Y detalla el pasaje un hecho que creo que merece la pena destacar y es que ella, en el momento en el que se le pasó la fiebre, se levantó y se puso a servirles.

Jesús pasó sus tres años de vida pública llevando su doctrina de un sitio a otro. En ese caminar, eran muchas las personas que se le acercaban para que les curase de su lepra, su sordera, su parálisis, su fiebre o su ceguera. Unas enfermedades físicas que Jesús con gusto les curaba. Pero buscaba el Maestro también con esas curaciones que ellos tuvieran una experiencia de Dios en su vida y que esa experiencia les curara las heridas del alma, los transformara y les cambiara la vida.

En el caso de la suegra de Pedro está claro que así fue, puesto que ella, en cuanto notó que se le curaba la fiebre, lejos de aprovechar su situación para que la atendieran o para reponerse, se levantó y se puso a servirles.

Jesús, siglos más tarde, ya no pasea físicamente por nuestras calles ni predica en nuestras iglesias, pero también sale a nuestro encuentro, como tiempo atrás lo hiciera con aquellos discípulos de Emaús. Nos busca porque quiere formar parte de nuestra vida y porque quiere que hagamos vida su Evangelio. Y nosotros, en nuestra libertad, podemos abrirle la puerta de nuestro corazón y de nuestra vida o no hacerlo.

Eso sí, si decidimos abrírsela, tenemos que obrar en consecuencia y dejar que nos transforme:

Si abrimos la puerta a Jesús dejaremos que se transforme la forma en la que miramos al otro y nos aproximamos a él. Una aproximación hemos de hacer desde la cercanía y desde la empatía. Sabedores, si es el caso, de sus defectos, pero muy conscientes de que también nosotros somos tremendamente imperfectos y que a pesar de ello también nos quiere Dios.

Si abrimos la puerta a Jesús dejaremos que nos invierta las prioridades. Y que cambiemos las ambiciones del mundo -riqueza, poder, consumo, búsqueda de los primeros puestos o búsqueda de reconocimientos- por la ambición del amor incondicional, que es la que nos proponen desde el Cielo.

Si abrimos la puerta a Jesús dejaremos que nos transforme la actitud. Y cambiaremos nuestros prejuicios, nuestra impaciencia o nuestra soberbia por la paciencia y la comprensión.

Si abrimos la puerta a Jesús dejaremos que tranforme ese egoísmo, que tantas veces se apodera de nuestra vida, en generosidad. Una generosidad que, necesariamente, ha de traducirse en servicio.

Cuando Jesús, de verdad, pasa por nuestra vida, siempre se nota que ha pasado.

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. El, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. 

Evangelio Lucas 4, 38 – 39

La imagen es de Blackout_Photography

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.