Buena parte de nosotros aprovecharemos los meses de julio y agosto para tomarnos un tiempo de descanso después de un invierno de horarios rígidos, madrugones, disciplina y sobre carga de trabajo.

Nos encontraremos, por fin, frente a unos días en los que todo será distinto: podremos levantarnos sin despertador, dejaremos el reloj en un cajón, podremos ir más despacio, podremos descansar y tendremos la oportunidad de poder pasar más tiempo con las personas a las que queremos. Algunos, los más afortunados, podrán incluso cambiar su lugar de residencia habitual y pasar unos días en la playa, en el campo, en la montaña o haciendo turismo por algún otro lugar apetecible.

El descanso es, sin duda, necesario. Porque el trabajo intenso continuado desgasta mucho, como también desgasta la rutina, desgastan las preocupaciones y desgasta la responsabilidad.

Será bueno aprovechar los días de descanso para pasar también más tiempo con ese Dios que es, sobre todo, Padre, a quien dejamos muchas veces arrinconado por ir corriendo detrás de tantas tareas como tenemos en la agenda. Él sabe bien cuáles son las circunstancias en las que vivimos cada uno y cuál es la disposición que llevamos en el corazón. No lleva cuentas todas esas veces que lo dejamos arrinconado y pero, como padre que es, desea que nos acerquemos a Él.

Ahora, ya tranquilos, y con el estado de paz mental que deja el descanso, podremos dedicar tiempo a contarle nuestras cosas, a compartirle nuestras inquietudes y nuestros problemas, a pedirle esa paz que tantas veces nos falta, a pedirle luz para entender qué es lo que quiere de nosotros o a estar con Él sin más.

Será bueno también aprovechar para hacer algo de balance personal, desde el que identificar con claridad lo que estamos haciendo bien y lo que deberíamos estar haciendo mejor. Y aprovechar para reconectar con esos porqués que nos mueven a levantar la persiana cada mañana.

De lo que no deberíamos desconectar durante este tiempo es del estilo de vida con el que estamos llamados a vivir los 365 días de año, que es el del amor. El amor a Dios y el amor a las personas que van pasando a nuestro lado. Un amor que debe ser vivido desde el servicio, sean las que sean las circunstancias que nos rodeen.

Ojalá sepamos aprovechar estos días de vacaciones que tenemos por delante para salir renovados por fuera y por dentro. Con las pilas bien cargadas para poder empezar después un nuevo curso que, sin duda, volverá a estar lleno de desafíos. Porque la vida «de verdad» no es la que tenemos en los días de vacaciones, sino la que tenemos durante los otros once meses del año. En esos otros once meses tenemos que saber ser también felices, viviendo desde el compromiso con las personas que nos rodean, desde el compromiso con el mundo y desde el compromiso con el Evangelio.

Pero ahora toca descansar. Disfrutémoslo como el regalo que es.

La imagen es de congerdesign en pixabay

1 comentario

  1. «a pedirle luz para entender qué es lo que quiere de nosotros» … este es el mayor problema que tengo, que no se que es lo que quiere de mi… siempre me encuentro perdido…intento seguirle, pero no puedo… cada vez más y más perdido… a veces he tenido la sensación de que me guiaba pero el resultado ha sido todo lo contrario a lo que se supone que debería ser…y ya es demasiada frustración…cada vez más y más perdido.

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