La frase que da título a este post no es original mía. La he tomado prestada de un tuit de hace unos días de @jmolaizola que me resultó inspirador por encerrar en tan solo cinco palabras mucha verdad y mucha hondura.
Muchos de nosotros, incluso quienes tenemos meridianamente claro que queremos hacer vida el Evangelio, somos poco generosos cuando damos a los demás. Y nos cuesta donar nuestro dinero, nos cuesta regalar nuestro tiempo o nos cuesta conceder nuestro perdón.
Damos tan solo de lo que nos sobra y sentimos que con eso hemos cumplido y nos quedamos tranquilos. Y nos quedamos tranquilos, entre otras cosas, porque el entorno que nos rodea es tan sumamente egoísta que, comparándonos con lo que vemos a nuestro alrededor, nos encontramos incluso espléndidos.
Pero la nuestra no es una religión de mínimos, sino una religión de máximos. Y a lo que se nos invita desde el Cielo, no es a dar, sino a darnos. No estamos llamados a dar de lo que nos sobra sino que estamos llamados a dar incluso de lo que necesitamos. Estamos llamados a anteponer las necesidades del otro a las nuestras. Estamos llamados a vivir desde un amor incondicional tanto a Dios como a las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Estamos llamados a poner nuestro cinco panes y dos peces.
Y cuando así vivamos, Dios siempre podrá lo que a nosotros nos falte. Como hizo en aquella ocasión, en la que con tan solo cinco panes y dos peces dio Jesús de comer a más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Comieron todos hasta que se saciaron y sobraron doce cestos de sobras.
En ese dar o darnos, por otro lado, nunca debemos compararnos con quienes nos rodean. Porque el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros es distinto. Porque los talentos no están distribuidos entre nosotros de manera uniforme. Porque cada uno tiene sus circunstancias específicas. Porque cada uno de nosotros somos únicos para Dios.
Y una misma cantidad de dinero donado o de tiempo compartido, puede tener un valor muy diferente dependiendo de quién sea el que lo regale.
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Marcos 12, 41- 44
Cada uno de nosotros debe darse en la manera que sienta que debe hacerlo; unos tendremos vocación religiosa, otros nos sentiremos llamados a trabajar activamente desde parroquias o instituciones ligadas a la Iglesia, otros nos sentiremos llamados al compromiso desde el voluntariado… A lo que todos nosotros, sin excepción, estamos llamados, es a vivir desde el amor veinticuatro horas al día y siete días a la semana, en las pequeñas grandes grandes cosas de nuestra vida cotidiana.
La imagen es de sweetlouise en pixabay
Gracias Marta por recordarme lo que es importante para Dios. Es maravilloso tener estas reflexiones