En algunos pasajes del Evangelio podemos ver que, cuando Jesús se encuentra con los suyos, les saluda diciéndoles «paz a vosotros»; una expresión preciosa con la que, más allá de desearles los buenos días o las buenas tardes, les desea un estado personal de equilibrio, de alegría y de serenidad.

Un estado personal que lo cierto es que muchos de nosotros habitualmente no tenemos:

A algunos nos falta paz porque llevamos unas agendas de locura, que nos hacen ir todo el día corriendo de un sitio a otro para poder llegar a cumplir con todas las tareas y obligaciones de las que nos sentimos responsables. Y lo cierto es que con prisa no es posible tener el estado interior que hace falta para escuchar al otro, para estar con Dios o para poner cariño en las pequeñas grandes cosas de la vida cotidiana.

A otros, por el contrario, les falta paz porque tienen demasiado tiempo disponible y lo invierten en pensar en unos problemas que, a fuerza de darles vueltas, terminan magnificando y sufriendo por adelantando.

Otros se meten en una especie de huida hacia delante en busca de una felicidad mal entendida, y tratan desesperadamente de enlazar viajes, cenas, caprichos o planes. Y no son capaces de encontrar ni la felicidad que buscan ni tampoco la paz.

Jesús nos desea la paz que deja sabernos personas comprometidas. Comprometidas con nuestros trabajos, comprometidas con el mundo y comprometidas con su Evangelio. Personas que se remangan y ponen los talentos que les fueron regalados desde el Cielo al servicio de lo que de verdad importa.

Jesús nos desea la paz que deja tener una vida orientada hacia los demás. Una vida que antepone los problemas del otro a los propios y que, por otro lado, no deja demasiado tiempo para dar más vueltas de las necesarias a los problemas que podamos tener.

Jesús nos desea la paz que deja vivir desde la Fe, vivir confiados en que nuestra vida la lleva ese Dios que es, sobre todo, Padre y que forma parte de nuestra vida en la medida en la que nosotros le damos cabida. Vivir cerca de Dios nos hace sentir tranquilos, nos hace sentir seguros e incluso nos transforma en personas valientes.

Jesús nos desea la paz que deja vivir con la certeza de que todo tiene un sentido. Con la certeza de que se terminará haciendo verdadera justicia. Con la certeza de que el final será feliz.

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Juan 20, 19 – 23

La imagen es de Amor Santo en cathopic

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