Hoy es Jueves Santo. Un día importantísimo en el calendario litúrgico en el que muchos de nosotros estamos meditando sobre los últimos días de la vida de Jesús. Son tan trascendentes las palabras del Maestro en la Última Cena, es tan grave la traición de Judas, es tan injusta la acusación que los fariseos echan sobre Jesús y es tan sumamente dolorosa la forma en la que es humillado y torturado, que casi pasa desapercibido un hecho que fue determinante en el final de su vida: que el gobernador, Pilato, se lavó las manos.
Pilato sabía que Jesús era un hombre justo al que algunos fariseos habían acusado por envidia y no encontró culpa ninguna en él tras interrogarlo. Incluso su mujer se había posicionado claramente en favor de su liberación.
Buscó Pilato una posible salida para Jesús en la tradición que permitía indultar a un preso, pero le salió mal, puesto que el pueblo escogió a Barrabás. Pero fue tal la presión que sintió, que no se atrevió a dar un paso más: no fue capaz de tomar la decisión correcta para no tener que enfrentarse ni a los fariseos ni al pueblo. Fue un cobarde que escogió quedar bien a los ojos de aquellos hombres para no salir él mal parado, aunque costara la vida de una persona buena.
Y se lavó las manos delante de todos, haciendo ver que con ese gesto se quitaba la responsabilidad de la decisión tomada.
Hoy día, muchos siglos más tarde, ese gesto se nos hace a todas luces inadmisible. Porque pretender evitar la responsabilidad de una decisión injusta lavándose las manos es una verdadera tomadura de pelo. ¡Como si por lavarse uno las manos pudiera desaparecer la culpa!
Hoy se nos hace evidente que el comportamiento de Pilato fue inadmisible, sí. Pero ¿es mejor el nuestro, trasladado a nuestra realidad y al contexto en el que vivimos en el siglo XXI?
Yo creo que muchos de nosotros apostamos por una religión de mínimos. Buscamos nuestra propia comodidad y nos conformamos con salir adelante sin hacer mal a nadie. Sin darnos cuenta de que lo lejísimos que eso está del mensaje de Jesús:
Jesús nos invita a que nos sintamos corresponsables de lo que pasa en este mundo nuestro que está tan estropeado. Nos invita a que pongamos los talentos que nos fueron regalados al nacer al servicio de los demás. Nos invita a que nos remanguemos y trabajemos en favor del bien común.
Nos invita a no vivir intentando quedar bien a los ojos de los hombres porque, ni es necesario ni es posible. Nos invita a tratar de quedar bien a los ojos de Dios.
Jesús nos invita a vivir atentos de quienes nos rodean, a estar pendientes de sus problemas, a involucrarnos en ellos, a hacerlos nuestros y a actuar en consecuencia.
¿Cómo podemos mirar para otro lado? ¿Cómo podemos lavarnos las manos y quedarnos tan a gusto? La nuestra no es una religión de mínimos sino de máximos.
Nuestra meta última, esa que da sentido a todo, solamente puede ser llegar a vivir en plenitud desde el amor.
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato les preguntó:
S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
S. «Que lo crucifiquen.»
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que lo crucifiquen!»
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el pueblo entero contestó:
S. «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
La imagen es de 3345408 en pixabay
Tienes mucha razón, muchos nos lavamos las manos y miramos para otro lado sin ayudar al projimo