Juan Bautista supo entender muy bien cuál era el plan que Dios tenía para él: preparar el camino a Jesús, hacer de puente, de transición, entre la religión judía y el Evangelio. Supo preparar los corazones de quienes le escucharon, sembrando en ellos la semilla que luego Jesús regaría y haría crecer. Invitó a quienes tuvo cerca a que hicieran balance, se convirtieran y se iniciaran en el camino del amor. Y jugó así un papel clave en la historia del cristianismo y en la historia de la humanidad
Juan Bautista supo también retirarse cuando Jesús inició su vida pública y llegó, por tanto, el momento de pasarle el testigo y de invitar a quienes le seguían a que fueran tras ese Jesús a quien él no era digno de desatar las correas de sus sandalias.
Y así, sin más, estando en la cumbre de su popularidad y siendo un referente para todas aquellas gentes que acudían a él para que los bautizase, se retiró. Y vivió discretamente hasta que el rey Herodes acabó con su vida.
Muchos de nosotros hoy, siglos más tarde estamos llamados a lo mismo a lo que entonces llamó Dios a Juan Bautista:
Porque hoy vivimos en una sociedad en la que Dios es el gran ausente. El cristianismo y sus valores no están de moda y como sociedad volvemos a estar, como estuvieron los contemporáneos de Jesús, «como ovejas sin pastor». Y aunque el cristianismo está en nuestras raíces y en nuestras costumbres, es tanto lo que lo hemos distorsionado que ya andamos lejos, muy lejos, de su espíritu. ¿Cómo es posible, si no, que celebremos la Navidad entre luces, regalos, viajes, reuniones familiares y comilonas y que el Niño Jesús sea el gran olvidado?
Y más allá de la Navidad, cuando entremos en el mes de enero, y en el de febrero, y en el de marzo, Jesús seguirá siendo el gran ausente. Porque ni el cristianismo ni el estilo de vida de servicio que nos propone el Evangelio, son atractivos para esta sociedad en la que vivimos, en la que nos hemos vuelto individualistas y egoístas.
Igual que Juan fue llamado siglos atrás a preparar el camino a Jesús, también muchos de nosotros somos llamados hoy a preparar los corazones de las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. Sin fuegos artificiales. Desde lo pequeño. Desde nuestra vida cotidiana. Basta con que sepamos hacer, de verdad, del amor, nuestro estilo de vida.
Ya vendrá Dios después a regalar el crecimiento a quien convenga, como convenga y en el momento que más convenga.
Han pasado unos cuantos siglos desde que Jesús predicó por nuestras ciudades y nuestros caminos, pero, igual que entonces, la mies sigue siendo mucha, y los obreros siguen siendo pocos.
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.»» Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: «Abrahán es nuestro padre», pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»
Mateo 3, 1 – 12
La imagen es de Tim Mossholder en pexels
Gracias por preparar nuestros corazones todas las semanas. Que Dios Espíritu Santo te siga iluminando y nosotros sigamos atentos a esa llamada de Dios Padre a la conversión diaria.