
Ser cristiano no está de moda en nuestra sociedad. Es un hecho que nos faltan vocaciones. Es un hecho que las iglesias suelen estar vacías. Y es un hecho también que el cristianismo no es visto como algo «cool» ni es algo aspiracional, especialmente entre los más jóvenes
Podemos, una vez más, perdernos en el laberinto de nuestras excusas, y echar la culpa de este hecho a la falta de compromiso de esos jóvenes, al devenir de los tiempos o a los escándalos que estamos conociendo en estos últimos tiempos en la Iglesia. Pero lo cierto es que también debemos hacer un ejercicio de autocrítica, porque Iglesia somos todos y el comportamiento de quienes somos cristianos -o aspiramos sinceramente a serlo- también deja en ocasiones mucho que desear. Por lo que tampoco nosotros, desde la mucha o la poca capacidad de influencia que cada uno tenemos, hacemos del cristianismo algo atractivo para quienes nos rodean.
Tampoco están de moda los valores que deben acompañar al cristiano: la generosidad, el servicio, la honestidad, la cercanía, el esfuerzo o el respeto. Más bien se han impuesto los valores contrarios de tal manera que el individualismo y el egoísmo campan a sus anchas allá donde queramos mirar.
Esta es nuestra realidad y con estos bueyes tenemos que arar. Porque si en este momento histórico y en esta sociedad hemos nacido es porque aquí y ahora es donde nos quiere Dios y aquí y ahora es donde quiere florezcamos, donde quiere que nos remanguemos y donde quiere que seamos sal y seamos luz para los demás:
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5, 13 – 16
Nos pide Jesús que, como la sal en las comidas, contribuyamos a transformar los entornos en los que cada uno nos movamos viviendo la vida ordinaria con un corazón extraordinario. Porque basta con que tratemos de dar siempre lo mejor de nosotros mismos y vivamos con actitud de servicio para que quienes nos rodean se contagien y esos entornos terminen cambiando.
Nos invita Jesús también a ser luz del mundo: a que compartamos su doctrina con quienes van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. A través de nuestras obras y también a través de las palabras, cuando sea oportuno hacerlo.
Conocer y vivir la doctrina que nos trajo Jesús nos cambia la forma en la que vemos el mundo, nos cambia la forma en la que miramos a los demás y da la verdadera felicidad y su pleno sentido a la vida. Por eso es el mejor regalo que podemos hacer a cualquier persona.
«La mies es mucha y los obreros pocos» (Mateo 9, 37). Así era en tiempos de Jesús y así sigue siendo hoy.
Nosotros, si queremos, podemos atender a esa llamada de Jesús a ser sal y luz. Y desde la sencillez de nuestra vida cotidiana colaborar en la extensión de su doctrina y ser sus manos aquí en la tierra.
La imagen es de StockSnap en pixabay
Ser Cristiano no esta de moda. Que bien lo has descrito! Cuando vas conociendoLe lo sigues y vas encontrando la verdadera felicidad. La Mies es mucha……
En la iglesia hay suficiente pecado como para criticarla y suficiente santidad como para amarla