Muchos de nosotros nos sentimos tentados por el mundo y sus muchos fuegos artificiales.

Tentados por sus promesas de felicidad inmediata, a golpe de caprichos. ¿Por qué no disfrutar de la felicidad que da el comprarnos todo aquello que se nos antoje y nos podamos permitir?

Tentados por su propuesta de valores a la carta, según nos vaya resultando más conveniente. ¿Por qué no acercarnos, en cada caso, al sol que más caliente?

Tentados por su invitación a vivir libremente, sin ataduras ni compromisos con nada ni con nadie. ¿Por qué complicarnos la vida en lugar de vivir con la mirada puesta, fundamentalmente, en nuestro propio bienestar?

Si nos dejásemos seducir por esas tentaciones navegaríamos a favor de la corriente, haciendo lo que hace «todo el mundo». Viviríamos, con seguridad, más cómodos, con menos preocupaciones y muchos menos problemas. Eso es seguro. Pero también es seguro que estaríamos viviendo una vida mediocre, lejos de la que nos proponen desde el Cielo.

Dios nos ha escogido a todos nosotros para algo bien distinto: nos llama a jugar en otra división. Y nos invita a que lo hagamos viviendo desde el compromiso a todos los niveles: el compromiso con nuestras familias, el compromiso con las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida, el compromiso con nuestro trabajo, el compromiso con el planeta y con el mundo y el compromiso con el Evangelio. El compromiso ha de ser en nosotros una seña de identidad, algo que nos acompañe siempre, hagamos lo que hagamos.

Algunos entre nosotros lo harán desde una vida con votos y oficialmente entregada a Dios. Y otros, la mayoría, lo haremos desde la sencillez de una vida cotidiana, aparentemente poco significada.

Jesús ha llamado a nuestra puerta. Ya lo ha hecho. Y nos sigue saliendo al encuentro hoy, como en su día hiciera con los discípulos de Emaús.

¿Cómo decirle que no? ¿Cómo rechazar su invitación?

Conviene no dedicar, creo yo, demasiado tiempo al discernimiento. No vaya a ser que entre pensamiento y pensamiento se nos cuelen ese sinfín de excusas las que somos tan aficionados, que con el pretexto de la busqueda de la seguridad o el de esperar al momento oportuno terminen por hacernos desperdiciar nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestra energía.

Nuestra puerta ya está tocada, la invitación está hecha y es más que clara. No hay tiempo que perder. Toca decir que sí, sin prisa pero sin pausa, y ponerse en camino sin mirar atrás. La mies es mucha y los obreros pocos.

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»

Mateo 9, 35 – 38

La imagen es de coombesy en pixabay

2 comentarios

  1. María Magdalena es un personaje fascinante. Muchos artistas la han pintado tratando de indagar en su amor por Cristo, pero ninguno ha conseguido desvelar el misterio que la envuelve. Esta escena de san Juan es extraordinaria.

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