Evangelio Lucas 3, 1 – 6 «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor»
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».
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Sintonizar a Dios
La doctrina que iba a traer Jesús iba a ser tan sumamente rompedora con lo anterior, que era conveniente – más que conveniente, necesario – una figura como la de Juan Bautista, que de alguna manera hiciera de transición entre una etapa y otra, preparando los corazones de quienes le seguían para el mensaje que recibirían después.
Juan supo escuchar a Dios. Tuvo claro – clarísimo – cuál era el plan que tenía para él y lo cumplió: llevó el estilo de vida que Dios quiso y, cuando llegó el momento oportuno, salió a bautizar y a predicar la ley del amor: La gente le preguntaba: “Entonces , ¿qué debemos hacer?”. Él les contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. (Evangelio Lucas 3, 10 – 11). También supo retirarse para dejar paso a Jesús cuando convino
Pase usted primero
A muchos de nosotros nos gusta el reconocimiento social. Tanto es así que cuando conseguimos tenerlo en el entorno que sea – entre amigos, en la familia, en el trabajo – hacemos hasta lo imposible por mantenerlo. Y nos cuesta muchísimo ser generosos y ceder nuestro rol a otros que vengan después que puedan merecer ese reconocimiento tanto o más que nosotros.
San Juan Bautista sí que supo hacerlo
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