La doctrina que iba a traer Jesús iba a ser tan sumamente rompedora con lo anterior, que era conveniente – más que conveniente, necesario – una figura como la de Juan Bautista, que de alguna manera hiciera de transición entre una etapa y otra, preparando los corazones de quienes le seguían para el mensaje que recibirían después.
Juan supo escuchar a Dios. Tuvo claro – clarísimo – cuál era el plan que tenía para él y lo cumplió: llevó el estilo de vida que Dios quiso y, cuando llegó el momento oportuno, salió a bautizar y a predicar la ley del amor: La gente le preguntaba: “Entonces , ¿qué debemos hacer?”. Él les contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. (Evangelio Lucas 3, 10 – 11). También supo retirarse para dejar paso a Jesús cuando convino.
Sus padres – Isabel y Zacarías – supieron también pedir y escuchar a Dios. Supieron pedir a Dios ese hijo que tanto deseaban y sus oraciones fueron escuchadas; e Isabel, a la que llamaban estéril, concibió a su hijo en la vejez. Y supieron también escuchar, puesto que fueron invitados desde el Cielo a llamar a su hijo Juan y, cuando llegó el momento de darle nombre, no dudaron en romper con la tradición para respetar la voluntad de Dios:
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. (Evangelio Lucas 1, 57 – 63).
De la misma manera que lo hicieron Isabel y Zacarías, nosotros también podemos pedir a Dios todo aquello que necesitamos. Tenemos el privilegio de tener un Dios que, sobre todo, es Padre, y que está deseando que nos confiemos a Él, que le compartamos nuestras alegrías, nuestras penas y también nuestras inquietudes, nuestras inseguridades y nuestras incertidumbres. Dios siempre, siempre, siempre, nos escucha; aunque a veces nosotros tengamos la sensación de que no es así. Está deseando que le pidamos que tome parte activa en nuestras vidas y está deseando intervenir en ellas. ¿Qué padre de aquí de la tierra no entiende eso?, ¿acaso nosotros no estamos deseando que nuestros hijos nos confíen lo que tienen sus corazones y no disfrutamos enormemente cuando tenemos la oportunidad de poder echarles una mano?
Y de la misma manera también que lo hicieron Isabel, Zacarías y Juan, nosotros debemos tratar de escuchar al Padre y tratar de saber qué es lo que quiere de nosotros. Posiblemente a la mayoría de nosotros no se nos comunique a través de un ángel, como en su momento hizo con Zacarías. Más bien, habitualmente se valdrá Dios de otras personas para hacernos llegar aquello que nos quiera comunicar. En cualquier caso, por medio de un ángel, por medio de personas cercanas, por medio de una lectura o como quiera que fuere, debemos estar atentos, debemos aprender a escuchar y tener sensibilidad para entender qué desea de nosotros:
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre» (Evangelio Mateo 7, 7)
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Me ha llamado la atención «debemos estar atentos, aprender a escuchar y tener sensibilidad para entender qué desea de nosotros» Es lo que deseo de todo corazón.
Bendicenos Padre Santo.