Evangelio Lucas 7, 31 – 35 «¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación?»
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes? Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: “Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».
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Uno de los grandes males de nuestra sociedad es la hipocresía: eso que nos lleva a mostrar a los demás una versión de nosotros mismos que no se corresponde con lo que realmente somos, lo que realmente vivimos o lo que realmente llevamos en el corazón.
Es relativamente fácil que quienes nos rodean lleguen a creerse esa versión de nosotros que les mostramos. Incluso es posible que consigamos hasta engañarnos a nosotros mismos. A quien de ninguna manera podremos engañar jamás es a Dios
En nuestra vida cotidiana pasamos mucho tiempo hablando e intercambiando impresiones con otras personas. En ocasiones sobre temas objetivos relacionados con nuestros estudios, con nuestros trabajos o en entornos domésticos. Otras muchas veces, sin embargo, hacemos comentarios o juicios subjetivos que tienen mucho que ver con nuestras opiniones y nuestras emociones y afectan a otras personas.
Y se puede reconocer qué clase de personas somos tan solo por el uso que habitualmente hacemos de nuestras palabras
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