Evangelio apc Piedras con palabras

En nuestra vida cotidiana pasamos mucho tiempo hablando e intercambiando impresiones con otras personas. En ocasiones sobre temas objetivos relacionados con nuestros estudios, con nuestros trabajos o en entornos domésticos. Otras muchas veces, sin embargo, hacemos comentarios o juicios subjetivos que tienen mucho que ver con nuestras opiniones y nuestras emociones y afectan a otras personas.

Hay un pasaje en el Evangelio en el que Jesús reflexiona acerca de cómo se puede reconocer qué clase de personas somos tan solo por el uso que habitualmente hacemos de nuestras palabras.   

«Plantad un árbol bueno y el fruto será bueno; plantad un árbol malo y el fruto será malo; porque el árbol se conoce por su fruto. Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas si sois malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno saca del caudal bueno cosas buenas, pero el hombre malo saca del caudal malo cosas malas. En verdad os digo que el hombre dará cuenta en el día del juicio de cualquier palabra inconsiderada que haya dicho. Porque por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado« (Evangelio Mateo 12, 33 – 37).

En esta ocasión Jesús se está dirigiendo a los fariseos, quienes se habían empeñado en desprestigiarle, sin éxito. Y les dice verdades aunque puedan molestarles, que tan válidas fueron para ellos en aquellos momentos, como lo son hoy para nosotros.

Jesús ya llevaba un tiempo predicando con sus palabras y enseñando con sus obras que lo importante en la vida es el amor. Amor que, por supuesto, tenemos que traducir en obras concretas que habitualmente serán cosas sencillas que podemos hacer desde nuestra vida cotidiana.

En este caso se refiere a una forma de traducir el amor en particular: la caridad a través de las palabras.

Podemos usar nuestras palabras para aconsejar, para enseñar, para alegrar, para ensalzar, para disculpar, para hacer críticas constructivas, para disfrutar con quien se acaba de llevar una alegría y para consolar a quien está triste.

También podemos usarlas, si queremos, para meter cizaña, para revelar secretos de otros, para hacer críticas destructivas, para confundir, para herir, para terminar de rematar a quien pasa un mal momento o para generar tensión.

En muchos casos, frente a una situación, nos encontramos con que tenemos las dos opciones a nuestro alcance y podemos, por ejemplo, disculpar a quien ha cometido un error o criticarle a sus espaldas. Nuestra elección en cada caso vendrá condicionada por lo que tengamos en el corazón. Porque es en él donde tenemos – o no – nuestro tesoro y de donde sacamos las palabras y las emociones con las que actuamos y con las que nos dirigimos a los demás o hablamos de ellos.

En mi opinión resulta más que recomendable reflexionar sobre este comentario de Jesús. Porque creo que habitualmente tendemos a no dar demasiada importancia al mal uso de las palabras, cuando es algo importante y que puede llegar a ser enormemente dañino. Dañino, en primer lugar, para el que es criticado o es atendido sin amor. Pero dañino también para quien las dice, porque con ellas contribuye a ir envenenándose cada vez más a sí mismo.

Posiblemente hacer un balance sincero con nosotros mismos sobre cuál es es uso que nosotros en particular solemos hacer de las palabras nos ayude a mejorar en algo en lo que casi todos tenemos margen para la mejora.

La imagen es de andrewsbird en pixabay

4 comentarios

  1. Curiosamente nuestro comportamiento ante lo dicho suele ser el contrario del que sería deseable, pues pedimos disculpas casi innecesarias cuando se nos escapa una palabra malsonante que no hiere a nadie, y sin embargo raramente nos disculpamos después de haber criticado duramente a otra persona a sus espaldas.

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