Justo antes de volverse Jesús al Cielo dejó instituida la eucaristía … algo que cuesta mucho comprender desde la razón pero que resulta sencillo, al menos entrever, si lo miramos desde el corazón y a la luz del interés que sabemos que tenía Jesús en que fuéramos uno con él y en unirnos también al Padre.
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne de Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo con el Padre, así, del mismo modo, el que come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que comieron y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre». (Evangelio Juan 6, 51 -58).
A lo largo de su vida publica, Jesús fue repitiendo su mensaje una y otra vez. Lo dejó a través de sus palabras, a través de sus milagros, a través de su compasión hacia las personas, a través de la unión que mostraba con el Padre, a través de su valentía siempre en favor de los más vulnerables, a través de su estilo de vida, en el que nunca buscaba su propio bienestar ni su propio beneficio …. distintas caras de una única verdad, que siempre que tuvo ocasión, sintetizó de la misma manera: en el amor a Dios y el amor a los hombres. Amor que, cuando es verdadero, se traduce, necesariamente, en obras.
Para aquellas personas que están en ese camino del amor (tanto si están en los inicios como si están ya avanzadas) Jesús dejó la eucaristía. Porque la eucaristía no es sino un alimento que facilita nuestro crecimiento en espíritu y fortalece nuestra capacidad de amar.
Sin esa base previa del amor, la eucaristía pierde todo su sentido. Y comulgar, incluso a diario, si después no nos importan quienes nos rodean y no nos ocupamos de sus cosas, vale para poco. O más bien, para nada.
Dice Jesús en este pasaje «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Es la eucaristía símbolo de la unión de los hombres con Jesús … y de los hombres entre nosotros. De la misma manera que se mezclan los granos de harina en un mismo pan, así estamos llamados a sentirnos unidos entre nosotros y también con Jesús. Y a través de Jesús, también con el Padre. El facilitador de esa unión es ese espíritu compartido del que cuanto más se ama – cuanto más se es de los demás – más se tiene.
En ocasiones pasamos temporadas en las que nos parece como si la asistencia a misa y la comunión nos dejase algo fríos. Al menos a mí me pasa de vez en cuando. Mientras nos mantengamos en el camino del amor, en mi opinión, esta frialdad no es mayor problema. Dios siempre tiene sus razones; en ocasiones, con el paso del tiempo, llegamos a conocerlas y en otras ocasiones no las conocemos. Desde luego lo que sí que sabemos es que con frecuencia es de los períodos de tentaciones, de dudas, de frialdad o de dolor, de los que se vale el Padre para que nos acerquemos a él y crezcamos en la fe. Si no fuera esta su razón lo mismo ha de darnos: siempre habrá un porqué y un para qué. Y como sabemos de la importancia de perseverar, podemos estar seguros de que en estas etapas conviene seguir comulgando. Porque la comunión, conscientes nosotros o no, con frío o con calor, mientras nos mantengamos en el camino del amor, siempre opera, siempre fortalece y siempre da sus frutos.
La imagen es de Awareness Campaign en Flickr
Dos reflexiones:
La primera es q no creo q en el camino hacia la santidad haya grados, pues eso ensoverbecería. Ser santo es «no cansarnos nunca de estar empezando siempre», pues por muchos años q llevemos en el camino, no estamos exentos de meter la pata cual principiantes.
La segunda es q no hay santo q no haya experimentado sequedad y desierto en gran parte de su vida.
La eucaristía es Dios con nosotros en un pedacito de pan.