A la mayoría de nosotros nos resulta fácil querer y ocuparnos de lo que puedan necesitar nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros amigos y las personas que conforman nuestro círculo más íntimo. Pero más allá de ese pequeño o gran círculo, lo cierto es que esa entrega total nos va costando más. Mucho más. Aunque sabemos que estamos llamados a anteponer siempre las necesidades de los demás – de todos los demás – a las nuestras, e incluso a ser capaces de devolver bien por mal.
La meta la conocemos. Para poder alcanzarla lo primero que hace falta, desde luego, es querer llegar. Pero con eso no es suficiente: hay que ponerse en camino.
Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y a quien te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oido que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. (Evangelio Mateo 5, 38 – 48).
Los criterios que rigen el mundo en el que nosotros vivimos son similares a los que imperaban entonces: amamos a quienes nos aman y aborrecemos a nuestros enemigos. Y, por qué no decirlo, incluso esperamos que la vida nos facilite la ocasión en la que devolver la faena a quien nos ofendió o no se portó con nosotros como creemos que debería haberlo hecho.
Jesús nos propone dar un salto cualitativo importantísimo: un cambio radical de nuestros corazones para que en ellos reine la caridad. Caridad que en este pasaje traduce en ejemplos muy concretos y muy significativos: presentar la otra mejilla a quien nos está abofeteando, dar también la túnica a quien pretende quitarnos el manto, acompañar dos millas a quien nos requiere compañía para una, no rehuir a quien nos va a pedir prestado, amar a nuestros enemigos y rezar por los que nos persiguen. ¡Casi ná!
Jesús nos pone el listón altísimo. Tan alto, que alcanzarlo requiere vayamos recorriendo un camino que puede llevarnos toda una vida. En mi opinión, debemos enfrentarnos a este camino sin prisa y con buen criterio: igual que ningún deportista comienza su carrera con un triple salto mortal, nosotros no debemos comenzar nuestra andadura tratando de amar a nuestros enemigos, porque nos vamos a estrellar igual que el deportista al que se le ocurra comenzar con el triple salto mortal. Lo sensato, creo yo, es empezar por lo que nos va resultando más accesible e ir avanzando poco a poco. Ya llegará, al final del camino, lo de amar a los enemigos.
La referencia a los enemigos a mí, personalmente, lo cierto es que se me hace algo excesiva … creo que la mayoría de nosotros, más que enemigos, lo que tenemos son personas que no nos quieren bien y viceversa: personas que a nosotros no nos gusta cómo son, cómo se comportan y que quisiéramos tener cuanto más lejos mejor. Pueden pertenecer a cualquiera de los entornos en los que nos movemos, y lo mismo pueden estar en nuestro vecindario, que en nuestra clase, que en nuestra oficina que incluso en nuestra familia.
Yo aprendí hace ya muchos años del Padre Ayúcar una receta muy de andar por casa que lo cierto es que me ha sido muy útil todo este tiempo: esas personas a las que de momento no podemos soportar – y mucho menos amar – podemos meterlas en un bote imaginario y «aparcarlas» temporalmente para poder continuar, al margen de ellas, nuestra andadura en el camino del amor. Cuando sintamos que hemos avanzado en ese camino, podremos destapar el bote y encontrarnos con que nuestros sentimientos hacia ellas han cambiado; y si no hemos avanzado tanto como para amarlas, a lo mejor sí que hemos crecido lo suficiente como para devolverles con gusto bien por mal, desearles lo mejor e incluso rezar por ellas. Esta idea del bote sirve, de la misma manera, para apartar temporalmente cualquier obstáculo que sintamos que es demasiado grande, por el momento, para nosotros.
Con recetas o sin recetas, lo importante es que nos pongamos en marcha orientados hacia la meta. Sin prisa, pero sin pausa. Tanto desde las pequeñas cosas del día a día como desde las acciones y las decisiones más relevantes que vamos acometiendo en nuestra vida. Hasta que lleguemos a convertir el amor en una forma de ser y en un estilo de vida que nos acompañe siempre: 24 horas al día y 7 días a la semana.
La imagen es de Carlos Novillo Martín Rus en Flick
Me parece bien borrar la palabra enemigo de nuestra agenda. En cuanto al bote, creo que aunque nosotros evolucionemos un poco, las cosas no pueden cambiar mucho si el otro no cambia también, pues si lo metimos en el bote se supone que él también tendría parte de culpa de nuestra mala relación.
No somos nosotros desde nuestras fuerzas los q tenemos q esforzarnos en amar. No, no es eso, pues para nosotros es imposible amar.
Es un abrirnos a la Gracia. Es Cristo mismo amando a través nuestra. Es un poner a las personas a las q no amamos en Manos de Dios, para q Dios mismo nos conceda la Gracia de amarlas.