Uno de los pasajes más consoladores del Evangelio, en mi opinión, es el pasaje de la oveja perdida. Porque nos hace sentir que cada uno de nosotros es importantísimo para Dios incluso cuando no le respondemos como deberíamos porque, de alguna manera, como la oveja perdida, nos desviamos de la senda correcta. Es todo un privilegio saber que, cuando nos recuperan, hay una alegría enorme en el Cielo y que no quieren que ninguno nos perdamos. Por pecadores que seamos, por pequeños que nos sintamos o por mediocres que podamos llegar a haber sido.

Además de la oveja perdida, ese mismo pasaje tiene otro protagonista, que suele pasarnos desapercibido, y es el pastor. Ese que tiene la misión de cuidar del rebaño. Ese que cuando pierde una oveja deja a las otras noventa y nueve para ir en busca de la que se le ha extraviado.

Jesús fue el Buen Pastor y pastores nos invita a ser también a todos y cada uno de nosotros.

Porque todos estamos llamados a vivir ocupándonos de las necesidades de quienes van pasando a nuestro lado en el camino de la vida. También de sus necesidades espirituales, a lo que muchos de nosotros somos reacios, porque nos parece como si fuera meternos en la esfera de lo más privado de las personas. Pero sí debemos meternos. Con delicadeza y esperando al momento oportuno. Pero es bueno que nos sintamos corresponsables también de la vida espiritual de los otros. ¿No es acaso eso preocuparnos de las ovejas perdidas?

Sin ninguna duda, el mejor regalo que podemos hacer a cualquier persona, es acercarla al Cielo y ayudarle a dar pleno sentido a su vida. Será el Padre quien después le regale el crecimiento en el momento en el que más le convenga.

La realidad es que Dios todo lo puede y no nos necesita para nada, pero lo cierto es que, por alguna razón que a mí se me escapa, quiere contar con nosotros para llegar a las personas que se van cruzando en nuestra vida. Y quiere que seamos sus manos y sus pies durante nuestro paso por este mundo.

«La mies es abundante y los obreros pocos»

Lucas 10, 2

Por eso nos invita a todos a ser pastores. O a ser luz del mundo, como lo llama Jesús en alguna otra ocasión. Cada uno en el entorno en el que esté y con quien esté. Lo mismo da.

«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.»

Lucas 15, 4 – 7

La imagen es de Süleyman Şahan en pexels

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