Evangelio apc Ovejita

Si hubiese abundado la bondad entre quienes vivían en la tierra hace 21 siglos y entre quienes vivimos en la tierra a día de hoy no hubiera hecho falta que Jesús se hiciese hombre y viniese al mundo para enseñarnos que es el amor lo único que da sentido a la vida.

Pero no era la bondad lo que abundaba entonces ni lo que abunda ahora. Y, precisamente para guiarnos a todos los que no llevamos una vida ejemplar, vino. Porque «no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos» (Evangelio Mateo 9,12).   

Hay una parábola preciosa en el Evangelio que muestra cómo Jesús y el Padre se ocupan muy especialmente de quienes más los necesitamos, y es la siguiente:

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos y les dice: «¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido». Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse«. (Evangelio Lucas 15, 1 – 7).

Así es el corazón de Jesús y el del Padre. Para ellos hasta la último de nosotros es importantísimo. Y tanto es así, que cuando uno de nosotros nos perdemos – empezamos a coger malos hábitos, nos desviamos, etc. – se ocupan de nosotros como si fuésemos hijos únicos. Porque, ciertamente, cada uno de nosotros es único para ellos.

Se ocupan, eso sí, sin impedirnos que hagamos uso de nuestra libertad: si queremos perseverar en esos desvíos o malos hábitos e incluso hacerlos crecer podemos hacerlo.

Cuando alguno de nosotros, tras haberse perdido, se arrepiente y decide volver a Casa ocurre como en esta parábola, en la que el pastor se carga la oveja sobre los hombros, vuelve contento a su casa y lo celebra con sus amigos. En nuestro caso es lo mismo: lejos de encontramos con castigos y reproches, lo que nos encontramos es con un perdón incondicional, un gran abrazo y una fiesta en el Cielo en nuestro honor. Porque haber recuperado lo que estaba perdido es una fiesta lo que merece.

El comportamiento que tenemos los hombres aquí en la tierra está bien lejos de esa generosidad. Nuestro corazón, tantas veces duro como una piedra, habitualmente lo que desea es «que se haga justicia» y que quienes no se han comportado con nosotros como debían paguen por lo que hicieron por muy arrepentidos que vuelvan a nosotros.

Esta parábola resulta tremendamente consoladora para todos aquellos que, lejos de sentirnos justos, más bien nos sentimos cargados de fallos y sabedores de que tropezamos una y mil veces con las mismas piedras: otra vez con el consumo, otra vez con la desatención a los demás, otra vez con ese ir «a lo nuestro» … otra vez, en definitiva, con ese «primero yo, luego yo, y después yo» que tan difícilmente nos quitamos de encima. El tener la certeza de que podemos pedir perdón sabiendo que vamos a ser recibidos con los brazos abiertos, sin reproches y sin rencores es un auténtico privilegio. No me refiero aquí, por supuesto, a aquellos que, conocedores de la bondad de Dios, cuentan con «vivir la vida» dejando su arrepentimiento para el último momento: los que pretendan tomar el pelo a Dios, han de saber que no serán recibidos con el abrazo que esperan, porque el Padre es misericordioso, sí, pero no deja que «le metan goles».

En relación con quienes nos ofenden y después se acercan a nosotros, arrepentidos, nuestro comportamiento debería ser similar al de Jesús y el Padre: generosos, compasivos y misericordiosos y muy especialmente con quienes más necesitan de esa misericordia.

La imagen es de Peter Shanks en Flickr

2 comentarios

  1. Esta parábola de la oveja perdida, es de las más bonitas del evangelio y fácil de comprender. Además, como metáfora literaria, resulta muy útil y de gran aplicación, pues puede referirse no solo a cosas, animales o personas reales sino también a entes abstractos como la paz, el amor e incluso la propia fe.

  2. Busquemos a Dios de todo corazón y cultivemos la vida del espíritu pues sólo en Cristo podremos ir derrotando al egoísmo y a la vanidad.
    Él nos asiste con su Gracia y su misericordia.

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