Muchos de nosotros, cuando nos ponemos en marcha en el camino del amor, aunque estemos muy lejos aún de la meta que nos marcó Jesús, sentimos que estamos edificando nuestra casa sobre roca. Y nos sabemos cuidados y protegidos desde el Cielo. Y a veces nos sentimos tan cuidados, que incluso tenemos la sensación de que nada malo nos puede pasar.
Jesús nos invitó a seguirle y a hacer vida su Evangelio, haciendo de ello el pilar sobre el que edificar nuestra casa:
«Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en practica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa»
Evangelio Lucas 6, 47 – 49
Nunca nos prometió Jesús que por ser «de los suyos» nuestra vida iba a ser fácil. También sobre aquellos que tienen la casa edificada sobre roca arremeterán los ríos. Incluso más, si cabe:
Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán
Juan 15, 20
Que se nos presenten dificultades forma parte de la vida. Gracias a ellas aprendemos. Gracias a ellas valoramos los días en los que todo va bien como el tesoro que son. Gracias a ellas crecemos. Gracias a ellas desarrollamos habilidades. Gracias a ellas tomamos conciencia de nuestra vulnerabilidad y de lo poco que podemos sólo con nuestras fuerzas. Gracias a ellas entendemos cómo se sienten otras personas cuando atraviesan momentos de dificultad. Y gracias a ellas, en ocasiones, volvemos a Dios.
Por otro lado, es en los momentos de dificultad en los que mejor se ve de qué madera estamos hechos y qué es lo que hay, de verdad, en nuestro corazón. Porque es cuando las cosas se ponen feas cuando mejor se distingue al buen pastor del mercenario: mientras el primero se jugará incluso la vida para cuidar de las ovejas cuando llegue el lobo, el segundo huirá, dejando las ovejas abandonadas a su suerte.
Será, por tanto, en los momentos de dificultad en los que desde el Cielo verán mejor quiénes son los que se cuentan en sus filas. También nosotros tendremos una certeza inequívoca en esos momentos sobre el bando en el que de verdad estamos.
Porque igual que a los árboles se los reconoce por sus frutos, a nosotros se nos reconoce por nuestras acciones.
No debemos, en ningún caso, vivir con miedo. Sabemos que las crecidas de los ríos llegarán y arremeterán contra nuestra casa. Pero también sabemos que, si nos mantenemos fieles a Jesús y a su Evangelio, esas crecidas nunca, nunca, nunca podrán derribarla. Y el final, a buen seguro, será feliz.
La imagen es de inkflo en pixabay
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