
En los últimos años el término «resiliencia» ha ido cogiendo cada vez más fuerza entre nosotros. Lo usamos para referirnos a esa capacidad que tenemos las personas para adaptarnos a situaciones que nos resultan adversas.
No se trata de una capacidad novedosa. Es tan antigua como el hombre y estos días, aún cercanos a la Navidad, hemos visto tres ejemplos de resiliencia en el seno de la Sagrada Familia:
María fue resiliente cuando aceptó ser la madre de Jesús. Ser la madre del mismísimo Dios es algo que no podía estar entre los planes de la Virgen de ninguna de las maneras. Pero cuando se lo propuso el ángel Gabriel no lo pensó dos veces y le dijo que sí sin acobardarse por la situación personal tan expuesta en la que se estaba quedando con un embarazo tan sumamente difícil de justificar. Sin tenerlo planificado, sin tiempo para darle vueltas y haciendo gala de una profunda Fe dio su «sí quiero«al ángel y fue coherente con la decisión tomada durante el resto de su vida. Y gracias a ese «sí quiero», y al que posteriormente dio José, Dios pudo nacer como hombre en el seno de una familia como cualquiera de nosotros.
José fue resiliente buscando hasta encontrar un lugar en el que María pudiera dar a luz cuando se les presentó el momento del parto sin tener ni ayuda ni alojamiento en la posada. A pesar de todas las contrariedades que les surgieron por el camino lo cierto es que María y José finalmente dispusieron del espacio, el calor y la intimidad que necesitaban para alumbrar al Niño.
José y María fueron resilientes poniendo rumbo a Egipto con Jesús recién nacido para evitar que Herodes lo matara. A buen seguro en sus planes estaba volver a casa con los suyos y no emigrar a una tierra lejana, extraña, con una lengua y unas costumbres absolutamente desconocidas para ellos. Pero marcharon los tres a Egipto – sin haberlo planificado, tomando la decisión de un día para otro – y allí se quedaron durante los años que fue menester, hasta que murió Herodes y Jesús dejó de estar en peligro.
Los cristianos – y quienes aspiramos a serlo – no estamos libres de adversidades. Dios no nos quiere al margen del mundo sino dentro de él. Y aquí vivimos, entre todas sus bondades y también entre todas sus miserias. Y entre alegrías y adversidades estamos llamados a crecer y estamos llamados a florecer, viviendo desde un profundo amor a Dios y un profundo amor a los hombres.
Para superar esas adversidades que se nos presentan – y que se nos van a seguir presentando – no nos queda más remedio que aprender a ser resilientes e improvisar con mucho corazón y con mucha Fe.
El mundo en el que vivimos está cambiando cada vez más deprisa. Al menos yo así lo siento. En tan sólo unos años ha cambiado de manera muy significativa la forma en la que nos comunicamos, la forma en la que nos relacionamos, la forma en la que trabajamos, han aparecido nuevos modelos de empresas, están surgiendo nuevas profesiones y están desapareciendo otras.
Y quienes aquí vivimos empezamos a ser más que conscientes de que ya apenas podemos hacer planes a largo plazo sino que más bien hemos de vivir en continuo aprendizaje y en una constante adaptación a esta especie de montaña rusa en la que se ha convertido nuestro querido mundo. Por eso la resiliencia es una capacidad que se está haciendo tan valiosa entre nosotros.
El as que tenemos en la manga es que, si actuamos desde la buena disposición, podemos decidir con la seguridad de que siempre, siempre, siempre tendremos al Padre en la retaguardia, cubriéndonos las espaldas y poniendo lo que a nosotros nos falte.
Por eso, a pesar de nuestras muchísimas limitaciones, podemos vivir sin miedo. Sin miedo a los cambios, sin miedo a la velocidad, sin miedo a equivocarnos y sin miedo a nada. El miedo nos empequeñece, nos hace huir de los riesgos, nos impide que saquemos todo nuestro potencial y nos impide aprovechar todas las oportunidades que la vida nos pone por delante. ¿En qué clase de cristianos nos convertiríamos viviendo desde el miedo? Para ser cristiano hoy hace falta valentía para ir contra corriente, hace falta despreocuparse de uno mismo y hace falta tener muchas ganas de dejar un mundo mejor del que nos encontramos cuando llegamos.
La imagen es de sweetaholic en pixabay
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