El mensaje que trajo Jesús hace ya XXI siglos fue absolutamente rompedor en su momento. Y lo fue, en mi opinión, sobre todo por tres razones:
Fue rompedor porque sintetizaba cientos de obligaciones y preceptos que debían de cumplir los judíos en uno solo. Uno solo que daba a todos los demás todo su sentido.
Fue rompedor por lo sencillo. Tan sencillo, tan sencillo que cualquiera lo puede entender: no hace falta ni saber teología ni tener dos carreras ni hablar cinco idiomas: lo puede entender cualquier adulto que no sepa ni leer ni escribir y lo puede comprender también cualquier niño. ¿Qué regla puede ser más sencilla y más honda a la vez que «Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella¨ (Evangelio Mateo 7, 12)?
Fue rompedor porque no se acercó a los sanos sino a los que estaban enfermos: todos los que en aquel momento podían sentirse excluidos y tan al margen de la religiosidad imperante como lejos de Dios fueron acogidos por Jesús sintiendo así que tenían la oportunidad de tirarse en los brazos del Padre, la oportunidad de ser perdonados y la oportunidad de empezar desde cero. Y algo tan poderoso como eso puede cambiar – y de qué manera – los pilares y el rumbo de una vida.
Su mensaje sigue siendo exactamente igual de rompedor a día de hoy, puesto que los valores que predominan en este llamado primer mundo, están tan anclados en el egoísmo, que se encuentran bien lejos de los que Jesús nos propuso entonces y nos sigue proponiendo hoy.
Seguir a Jesús es seguir su Evangelio. Y para seguir a Jesús entonces, y seguir a Jesús a día de hoy basta llevarnos esa regla de oro «Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella» a todos los órdenes de nuestra vida e ir avanzando en ese camino del amor. De manera que en algún momento lleguemos incluso a ser luz para otras personas.
Sin embargo avanzar en el camino no es tan sencillo; más bien está lleno de dificultades. Porque, más allá de las tentaciones que tendremos, seguir su Evangelio implicará ir contracorriente muchas, muchas, muchas veces: seguir su Evangelio nos impedirá mirar para otro lado frente a las injusticias, nos impedirá pasar de largo frente al que sufre, nos impedirá callar frente a los poderosos …. y nos hará ser incómodos para personas que se pueden revolver contra nosotros. Y que lo harán. Como antes hicieron con Jesús los fariseos, quienes no descansaron hasta verlo clavado en una cruz, pensando que así se librarían de él y de su doctrina. Jesús sabía que iban en contra de él, pero no se achicó frente a aquellos que «podían matar el cuerpo pero no podían matar el alma«.
Ese es el sentido de un pasaje que, de primeras, puede resultar difícil de comprender:
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar la paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.» (Evangelio Mateo 10, 34 – 39).
Nos avisa el Maestro de que, en ocasiones, podrán ser nuestros seres más queridos esos que no comprendan su Evangelio y esos que no acepten nuestros criterios. Si, desafortunadamente, éste fuera nuestro caso, lo correcto será que obremos con rectitud y llevemos el estilo de vida que creamos que debemos llevar, sea quien sea el que se oponga.
El Padre siempre estará a nuestro lado y nuestra recompensa será grande, no ya en el Cielo, sino también en la tierra.
La imagen es de johnoregon en cathopic
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