En nuestra vida hay muchas circunstancias que condicionan enormemente lo que somos y la forma en la que miramos el mundo, que nos vienen dadas: no podemos escoger el momento histórico en el que nacemos, ni el país en el que venimos al mundo, ni nuestra familia, ni nuestra raza, ni los talentos con los que estamos dotados.

Pero, aún así, siempre tenemos capacidad de elección. Mucha. Podemos escoger qué profesión ejercer, con qué pareja y con qué amigos recorrer el camino de la vida o en qué ciudad vivir.

Y, desde luego, podemos también elegir con qué actitud enfrentar cada día cuando nos levantamos por la mañana: sean cuales sean las circunstancias que envuelvan nuestra vida, siempre podremos escoger vivir de manera egoísta, con nuestro centro en nosotros mismos y siempre podremos escoger vivir desde el servicio, cuidando de las personas que van pasando a nuestro lado.

Y lo cierto es que a muchos de nosotros nos encanta sentir que tenemos esa libertad: nos gusta mucho sentir que vamos en el asiento del piloto en nuestro viaje por la vida.

Hace unos días oí una metáfora al Padre Chistopher Hartley en una de sus homilías que me gustó mucho: nos recomendaba ir por la vida de copilotos, dejando que Dios fuera el que ocupara el asiento del piloto. Creo que llevaba toda la razón.

Porque dejar el asiento del piloto a Dios es dejar que sea Él quien de verdad dirija nuestra vida. Y ese es el gran salto que nos falta por dar a muchos cristianos que, teniendo claro que queremos hacer vida el Evangelio, nos sentimos algo atascados en el camino del amor.

Estamos acostumbrados a llevar a Dios en el asiento del copiloto o incluso en el asiento de atrás. Estamos acostumbrados a planificar nuestra vida y a organizar nuestro tiempo y nos cuesta dejar de hacerlo. Y nos cuesta también interiorizar que esos «tirones» del Espíritu que a veces sentimos, vienen del Cielo y buscan guiar nuestros pasos. Escuchar a Dios no es fácil, pero un primer paso es, sin duda, querer hacerlo.

Si estamos en esa disposición, Dios nos irá regalando más luz. No debemos tener prisa por cambiar de asiento, porque los tiempos del Cielo nada tienen que ver con los nuestros, pero tampoco debemos acomodarnos y mantenernos ahí, al tran trán, dejando que el tiempo pase sin más. Debemos estar atentos y debemos estar también preparados para responder cuando sea el momento oportuno.

Y llegará el día en el que será Dios quien esté al volante. Y llegará también el día en el que incluso dejaremos de mirar, curiosos, el navegador, dejando que ese Dios que es, sobre todo, Padre, nos sorprenda, llevándonos donde Él quiera, cuando Él quiera.

Ese día habremos dado un salto en la Fe y seremos, de verdad, como niños que todo lo esperan de su padre o de su madre.

Ese día habremos dado también un salto grande en el amor y miraremos con una mirada mucho más del Cielo a las personas que van pasando a nuestro lado en el camino de la vida.

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